El Marx que Maduro necesita (2)



Crítica a la clase magistral de “teoría del Estado” de Juan Carlos Monedero y a la subordinación de la obra de Marx a las necesidades de la izquierda nacionalista y populista latinoamericana


La burguesía tiene sus razones para hacer tentativas de restauración, porque después de su derrocamiento sigue siendo, durante mucho tiempo todavía, más fuerte que el proletariado que la derrocó.
Si los explotadores son derrotados solamente en un país –dice Lenin–, y este es, naturalmente, el caso típico, porque la revolución simultánea en varios países constituye una excepción rara, seguirán siendo, no obstante, más fuertes que los explotados.
¿En qué consiste la fuerza de la burguesía derrocada?
En primer lugar, "en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de los vínculos internacionales de la burguesía".
En segundo lugar, en que, "durante mucho tiempo después de la revolución, los explotadores siguen conservando, inevitablemente, muchas y enormes ventajas efectivas: les quedan el dinero (no es posible suprimir el dinero de golpe) y algunos que otros bienes muebles, con frecuencia valiosos; les quedan las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de todos los "secretos" (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la administración; les quedan una instrucción más elevada y su intimidad con el alto personal técnico (que vive y piensa en burgués); les queda (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar, etc., etc."
En tercer lugar, "en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, desgraciadamente, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa"..., porque "suprimir las clases no solo significa expulsar a los terratenientes y a los capitalistas –esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad–, sino también suprimir los pequeños productores de mercancías; pero a estos no se les puede expulsar, no se les puede aplastar; con ellos hay que convivir, y solo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente".

Josef Stalin, Cuestiones del leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras de la República Popular China, 1977



Hemos decidido dedicar un segundo artículo para otro curso similar de teoría del Estado, dado esta vez por otro intelectual orgánico al servicio del “socialismo del siglo XXI” con pretensiones de cientista político: Juan Carlos Monedero. A diferencia del argentino Atilio Borón, que hizo su clase en línea y en Argentina, este individuo lo hizo en la misma Venezuela. Otra diferencia es que esta vez se trata más de la teoría del Estado que hoy difunde el chavismo como reciclado de la ex-izquierda soviética, y no de una interpretación de la teoría de Marx hecha desde dicha perspectiva (aunque ambos casos resulten muy similares). Con Monedero haremos el mismo análisis que hicimos con nuestro conciudadano, Borón, y tendremos con él la misma consideración. Repetiremos entonces las mismas aclaraciones que hicimos en en el artículo anterior: consideramos que su trabajo es más un panegírico de baja calidad que un trabajo serio de divulgación, pero sin embargo aprovecharemos el tiempo que perdamos en su análisis para revisitar y criticar los lugares comunes a los que acude la izquierda nacionalpopulista en su rutinaria vulgarización del marxismo-leninismo (ya de por sí vulgar), puesto que si también algo ha hecho bien este profesor ha sido poner todas sus recursos ideológico-propagandísticos en un solo lugar.
Avanzaremos según la cronología del video:




[0:00:15] Ya empezamos mal. El Monedero abre la clase sermoneando a sus víctimas: deben dar su contraprestación apagando sus celulares para no interrumpir la clase… porque esta es una clase pública. Como si acaso valiera menos respetar al prójimo si la clase fuera privada y pagada por quienes allí se encuentran. Y para predicar con el ejemplo, él mismo apaga su celular (el trato infantilizador para con los neófitos civiles a la militancia revolucionaria es casi una tradición en el marxismo-leninismo).
Nuestra pregunta sería, ya que habla de “contraprestación”: ¿no era el curso gratuito? ¿por qué hablar de contraprestaciones al Pueblo contribuyente que “voluntariamente” pagó sus impuestos para esta clase? (además: ¿cuánto dinero puede haber costado esto?). Ya vemos cómo viene la mano con la gratuidad del socialismo: no es gratuita en lo absoluto. En especial para sus beneficiarios si no hay nadie más a quien quitarle recursos. Me pregunto: ¿habrá que devolver la clase de teoría del Estado con militancia revolucionaria? ¿o basta con prestar “plena atención”? Sigamos…

[0:01:08] Caos planificado.

[0:02:18] Más caos planificado.

[0:02:47] El Estado no concitó la atención de los pensadores desde hace 2500 años –como dice Monedero– sino el poder político, y por tanto lo que los intérpretes de aquellos han traducido como Estado ha sido algo distinto en cada caso. Como le hubiera corregido Hermann Heller: “no hay Estado en la Edad Antigua”, y lo que Weber –y en gran medida hasta Marx– es llamado Estado, no es lo que existía en la Antigüedad. Así que seguimos empezando mal.

[0:03:07] Inmediatamente nos adelanta que en esta clase de teoría del Estado, no va a hablar del Estado (¡qué novedad!), sino que va a intentar apenas plantearnossólo algunos de los elementos que los pobres diablos (entre los que nos incluimos ahora) tenemos que recibir para saber que en esta formación de maestría comparada (sic) tenemos que conocer estos asuntos… ¿Cuáles? No sabemos aun: pero nos dice que debemos “abrazarlos con fervor”, por consejo de un viceministro.

[0:03:50] Uno de los elementos es la “audacia”. La “audacia” del “pensamiento crítico” (interesante audacia, siendo que debe aceptarse el consejo de un ministerio para ello).
El pensamiento crítico consiste, según el kindergarten de Monedero, en “romper viejos caminos para abrir otros nuevos”. Más que audacia parece necedad si esos viejos caminos siguen siendo mejores que las nuevas opciones, con lo cual ¿por qué pensar que el cambio es mejoría? ¿Y respecto a qué parámetros si desconfiamos de todo lo dado y queremos construir en forma racionalista todos nuestros valores? (recomendamos la obra de Oakeshott al respecto). Luego victimiza a los “pensadores críticos” por sufrir los malos ojos de quienes “crearon” (sic) el statu quo o por aquellos que están cómodos en él. La pregunta sería: ¿no sería acrítica una “crítica” dirigida a contentar a quienes están incómodos o que desean crear un orden distinto sin importar si es mejor o peor? (Sin duda desobedecer a las élites revolucionarias tampoco atraerá los buenos ojos, y será castigado como obediencia a las antiguas). El pensamiento crítico en este sentido agonal, conflictivo, antisistémico y clasista, tiene raíces hegeliano-marxistas pero va más allá de él. Obviamente esto no será analizado en este artículo, pero la mecánica de esta forma de pensamiento es profundamente revisada en un libro que aprovechamos para recomendar cada vez que se puede: La teoría pura de la ideología de Kenneth Minogue: 
http://www.firstprinciplesjournal.com/print.aspx?article=1105
Sigamos…

[0:04:50] Aquí el Monedero nos da una mala clase de etimología. El concepto de Estado no implica “estabilidad” en sí misma sólo porque la palabra que se usara para definirla etimológicamente tuviera raíces en status como “condición” estable. No es necesario referirnos a Tocqueville, Cassirer o De Jouvenel para comprender que su carácter es, en cambio, el de un desestabilizador social: basta con leer a Marx.
En los períodos en que el estado político como tal surge violentamente en la sociedad civil, y cuando los hombres pretenden liberarse mediante la emancipación política, el estado puede –y debe– ciertamente abolir y destruir la religión; pero solo de la misma manera como procede a destruir la propiedad privada, mediante la declaración de un máximo, la confiscación o el impuesto progresivo, o con el método que utiliza para abolir la vida: mediante la guillotina. Cuando el estado tiene máxima consciencia de sí mismo, la vida política procura ahogar sus propios requisitos –la sociedad civil y sus elementos– y establecerse como vida de la especie, genuina y armónica, del hombre. Pero sólo puede alcanzar esta meta colocándose en violenta contradicción con sus propias condiciones de existencia, mediante la declaración de una revolución permanente. (Sobre la cuestión judía
El poder ejecutivo con su inmensa organización burocrática y militar, con su mecanismo estatal complejo y artificial, su ejército de funcionarios de un millón de hombres y el otro ejército de quinientos mil soldados, temible cuerpo parásito, que recubre como una membrana el cuerpo de la sociedad francesa y tapona todos sus poros, se formó en la época de la monarquía absoluta, durante la legislación del feudalismo, a cuyo derrocamiento contribuyó. Los privilegios señoriales de los grandes propietarios rurales y de las ciudades se transformaron en otros tantos atributos del poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios designados, y la carta heterogénea de los derechos soberanos medievales contradictorios se convirtió en el plan bien regulado de un poder estatal, cuyo trabajo está dividido y centralizado como en una fábrica. La primera Revolución Francesa, que se propuso destruir todos los poderes independientes, locales, territoriales, municipales y provinciales, para crear la unidad burguesa de la nación, inevitablemente debía desarrollar la obra iniciada por la monarquía absoluta: la centralización, pero también al mismo tiempo la extensión, los atributos y el aparato del poder gubernamental. Napoleón perfeccionó este mecanismo estatal. La monarquía legítima y la monarquía de Julio se limitaron a desarrollar la división del trabajo, creyendo al paso que la división del trabajo en el seno de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses y que, por consiguiente, aparecía material nuevo para la administración del Estado. Se procedió inmediatamente a separar de la sociedad cada interés común, oponiéndolo a ella como un interés superior, general, arrebatado a la iniciativa de los miembros de la sociedad, transformando en objeto de la actividad gubernamental, desde el puente, el edificio escolar y la propiedad comunal de la más pequeña aldea hasta los ferrocarriles, los bienes nacionales y las universidades. Finalmente, en su lucha contra la revolución, la República parlamentaria se vio obligada a reforzar con sus medidas represivas los medios de acción y la centralización del poder gubernamental. Todas las revoluciones políticas no hicieron más que perfeccionar esta máquina, en lugar de destruirla. Los partidos que lucharon sucesivamente por el poder entendieron que la conquista de este inmenso edificio estatal era el botín principal del vencedor. (El 18 Brumario de Luis Bonaparte)

Que un status sea permanente tampoco implica que lo que defina al status sea la estabilidad. Un “estadio” también tiene el mismo origen etimológico y sin embargo implica cambio y transición. Como si fuera poco hace referencia a las letras “st” como si no estuviera en un sinnúmero de palabras que no tiene las mismas raíces etimológicas.

[0:05:15] Aquí el profesor incluye a los estados revolucionarios en la lista de los estados que por definición no verían con buenos ojos la crítica. Interesante. Nos preguntamos dónde queda la “audacia” de Monedero frente a los Castro y a los herederos de Chávez (los que “detentan el poder existente”), a menos, claro, que no tenga nada que criticar (criticar en el sentido de cambiar un statu quo revolucionario).

[0:05:50] Otro concepto que debemos abrazar es la “astucia”. ¿Qué astucia? La astucia de aprender a “ver lo que no se ve” (otra vez recomiendo leer a Minogue). Nos dice que si “miráramos y entendiéramos” no haría falta hacer ciencia. Esto es cierto: es la necesidad de cualquier teoría. Sin embargo lo que aquí Monedero pretende denunciar no es realmente la falta de teoría, sino el supuesto encubrimiento: que existen teorías falsas, encubridoras, “estables”, y que desde otros paradigmas, críticos, “revolucionarios” debemos ver otra cosa, que supuestamente será “verdadera”. Y para que comprendamos esta diferencia nos da el ejemplo de la “ciencia”. Nos dice que ésta nos ayuda a descubrir que tras la “apariencia” de que el sol gira alrededor de la tierra se esconde la “realidad” de que es la tierra la que gira alrededor del sol. Pequeño detalle: fue una teoría científica la que se construyó para explicar que el sol giraba alrededor de la tierra, y no porque no se pudiera suponer lo contrario. No fue una teoría construida por el sentido común basándose en las apariencias. O sea: la explicación de Monedero confunde y finalmente falsifica. También los economistas clásicos creyeron que debía haber una sustancia común en el intercambio (que debía de ser el trabajo), pero no lo creían para adaptarse a un sentido común antiburgués, obrerista y sindicalista (que existía), sino que tenían una teoría científica para ello. Teoría que sería luego revolucionada por otra, el marginalismo, contra la cuál aun se rebelan (con derecho, sí, aunque no con mucho fundamento y sí con bastante fanatismo) nuestros queridos marxianos que creen que el mundo gira alrededor de un futuro planeta rojo.

[0:06:27] Aquí una linda referencia a la poesía, aunque no estamos de acuerdo de si es del todo adecuada.

[0:07:00] Otro concepto o valor que debemos abrazar es la “humildad”, se nos dice. ¿De qué se trata? De que para opinar hay que tener la “autoridad” para poder hacerlo. Y esa autoridad se gana con el esfuerzo. Compartimos con este Monedero que no toda opinión tiene el mismo mérito, y que tampoco toda opinión tiene la misma autoridad (dos cosas distintas), pero eso no significa que no todos deban ser libres para opinar, ni mucho menos presumir que aquel que tiene un título y se ha esforzado por investigar, sólo por eso esté más cerca de la verdad que quien no lo ha hecho. Esto es absolutamente falso. En rigor, el caso de Monedero es ejemplar: como marxista, como cientista político, como intelectual, como profesor, es un completo inepto, y allí está, dando lecciones de humildad sin tenerla. La humildad la deben tener todos pero frente a la verdad; y no sólo quienes estuvieron más tiempo estudiando. Todavía más: para opinar no hay que saber previamente (lo cuál es, en realidad, imposible), sino que hay que opinar antes de informarse para poder conocer lo informado, poder teorizar sobre ello, y así finalmente intentar saber. De allí viene la sabiduría, valga la redundancia. Lo contrario sería presumir que el estudiante es una tabula rasa a ser llenada por educadores positivistas… importa poco si son conservadores, liberales o radicales (y esto es lo que Monedero asume luego [0:09:15]). Lo que realmente no se debe hacer (aunque se debe ser libre de ello) es sacar conclusiones sólo en base a opiniones vacías de contenido y del conocimiento de otras perspectivas, que es, precisamente, lo que hace el profesor en esta farsa magistral, en esta parodia triste de adoctrinamiento cubano, que hace llamar clase ante un aula sobrepoblada que le cree sólo porque está llena de personas saturadas de propaganda, que se rinden sumisas a la pedagogía izquierdista.
El relativismo se acaba en cuanto llega la Revolución al poder y no confía en que la población podrá hacerse cargo de sus “transformaciones sociales”. Allí no todo se revoluciona, y vuelve algo de la cultura del orden y la jerarquía… pero invertida.[1]¿Qué es, pues, lo que sí se debe jerarquizar? A nuestro juicio las que valen desigualmente son las conclusiones, pero esto se descubre a posteriori de una fundamentación, y no antes. Todos deben tener el derecho de opinar. Lo que no hay que hacer es que la opinión haga las veces de conclusión.
En fin, volvamos a Monedero y su colaboración con el adoctrinamiento de esta dictadura totalitaria en construcción.

[0:09:36] El cuarto elemento sería la “compasión”. Supuestamente tiene que ver con la “naturaleza humana”. ¡Todo un revolucionario! Parece que su cultura marxistoide estilo Teología de la Liberación se le ha prendido demasiado, olvidando que la idea era utilizar el cristianismo como instrumento en función del marxismo y no a la inversa.
Lo de que los pobres merecen atención porque “es justo”, no es una concepción marxista, sino a lo sumo cristiana. Y la pobreza que el cristianismo combate históricamente es, muy grosso modo, una pobreza que tiene otro significado muy distinto: el hambre. Para un cristiano lo injusto no sería ser pobre sino ser explotado (como dijimos, a lo sumo lo es ser miserable). Al contrario: la pobreza es un ideal corolario de la humildad.
¿En qué consiste la compasión para Monedero? La compasión consistiría en considerar que los pobres si bien son malos por ser pobres, pueden llegar a no serlo, y sólo por eso debemos “compadecernos” (recordemos que ser malo para muestro socialista se reduce a robar del erario público). ¿Por qué son “malos”? Por culpa de la sociedad burguesa en la que todos deben sobrevivir por su cuenta, y más aun, obviamente, los pobres, y que por tanto debemos “comprender” su envilecimiento. Esto, en realidad, y vale aclararlo, no es cierto: en Chile los pobres han recibido del Estado muchos más balazos que en Venezuela; por ejemplo, al intentar robar o exigir subsidios estatales, esto es: por violaciones del derecho de propiedad. Y sin embargo los pobres en Chile son mucho más respetuosos del erario público, más disciplinados socialmente. Y dicho sea de paso, cada vez son menos numerosos (y no porque los hayan matado a todos, sino porque el modelo neoliberal funciona mejor que el neosocialista). Es una compasión, la de Monedero, sólo para pobres, y sólo en tanto y en cuanto puedan ser distintos de quienes son, y no con indiferencia de esto. O sea: no es compasión, sino simplemente instrumentalización de los atenuantes. Y no es bondad, sino altruismo colectivista para con el proceso revolucionario. Si se pudiera lograr lo mismo mediante un terror purificador jacobino para crear el Hombre Nuevo a la manera guevarista, se haría sin compasión (y de hecho se hizo y se sigue haciendo, en una menor medida, en Cuba, y en mayor medida en Norcorea).[2]

[0:15:00] Monedero le cuenta a su alumnado que en la vieja ciencia política se creía que no había política fuera del Estado. Falso, otra vez. Lo que sí es cierto es que pocas veces hay ejercicio del poder fuera del Estado, salvo en forma paraestatal. Las mal llamadas “organizaciones sociales”, que el Monedero trae a manera de ejemplo y refutación, son grupos inventados por su propia izquierda, que en las modernas democracias occidentales hacen una actividad social que no es social sino política, y que consiste en presionar al Estado para que éste se encargue de hacer valer inconstitucionalmente sus necesidades de coerción (que no pueden ejercer mientras el Estado tenga el monopolio de la violencia) o incluso intentar que el Estado les valide formas no-estatales de coerción y les proteja a su vez de las represalias. Esto es: hacen política gracias al Estado, sea a través de él o fuera de él

[Desgraciadamente, el resto del discurso sobre este punto se perdió en el video original, pero creo que puedo adivinar el tipo de planteos foucaultianos que debió de intentar hacer encajar en su marxismo del siglo XXI (cosa que, al menos, Borón no se animó a hacer en su propia clase sobre la teoría política).]

[0:20:00] Monedero sigue con su purga de cientistas políticos. La crítica que aquí hace al planteo de George Sabine, es absolutamente falaz: que un imperio estatal-burocrático pueda hacer mucho daño no tiene por qué ser responsabilidad del carácter de que su absolutismo sea acaparado por una monarquía, ya que incluso el absolutismo republicano libre de ataduras (democrático o no) ha sido imperialista, e incluso regímenes republicanos con límites constitucionales claros (democráticos o no) también lo han sido.

[0:23:26] Más caos planificado.

[0:24:31] Para explicar la relación necesaria entre datos y teoría utiliza como analogía la relación entre las estrellas y las constelaciones. Sin palabras.

[0:24:50] Otra vez debemos corregir al Monedero. Teoría sin datos no es hacer filosofía. El problema es que, principalmente en las ciencias, los datos se abstraen y construyen utilizando a la teoría para darle forma a una información infinita (y además inalcanzable) que no tiene en sí misma contenido para poder guiar por sí misma a la teoría. Cabe aclarar que esta posición epistemológica (a la que adherimos) es kantiana, aunque no por eso adscribamos a la gnoseología kantiana. Y demos un paso más: esta comprensión de lo que es la teoría y la información, sea en nuestra explicación, sea en cualquier variante del marxismo (o en cualquier variante de lo que sea que esté enseñando aquí el Monedero) es siempre hacer filosofía. La misma comprensión y estudio de estos problemas es filosófica, y no se puede partir ni de teorías ni de datos para hacer filosofía, porque significaría presumir que se entiende lo que en realidad requiere a la filosofía para ser entendido. Sólo una posición muy sofisticada del conocimiento dialéctico en sentido marxiano puede intentar superar este escollo, pero no es precisamente el caso de este engendro pseudo-neopositivista con el que el Monedero está mareando a nuestros pobres infelices.

[0:25:16] Sobre la cuestión weberiana de los valores dice que los cientistas sociales deben ser objetivos pero no neutrales. ¿Qué significa esto? Si las teorías de construyen no de acuerdo a su coherencia interna sino a su funcionalidad crítica (entendiendo crítica por la afirmación compulsiva del cambio), no pueden sobrevivir si no es a base de falacias y falsificaciones elaboradas a consciencia. Esto es planteado por Minogue, y muy bien descrito, en cuanto a sus resultados empíricos, por Revel en El conocimiento inútil, libro que nos remonta a lo que esta misma izquierda hacía en los años 80, cuando el socialismo era todavía del siglo XX.

[0:25:39] Si algo nos cae bien de Monedero es que, a diferencia del atorrante de Pablo Iglesias, tiene en su hipocresía boffiana un corazoncito un poco más cristiano, o al menos romántico. Cita a Goya en su crítica al Progreso, con mayúsculas. Por supuesto, esto podría ser un lugar común del izquierdismo de fines del siglo XX resignado a aceptar al postmodernismo. Y sin embargo hay un elemento reaccionario en su discurso al estilo del robiesperrismo houellebecquiano. Por supuesto, el Monedero lo confunde todo: relaciona a Dios con el progresismo secular, y lo hace porque confunde la teleología con el determinismo, y al progresismo con el determinismo (progresismo que, en realidad, más que un determinismo es una suerte de fatalismo optimista).

[0:28:00] Goya no se adelanta a Paulo Freire, ya que Freire no estaba a favor de las víctimas sino de los que él consideraba oprimidos en una estructura social, y no a las víctimas si las considera opresoras en dicha estructura. De la misma forma a Monedero le importan un rábano los estudiantes venezolanos fusilados en las calles por mandato de las huestes bolivarianas, o los disidentes y opositores cubanos fusilados por un Estado en manos de un Partido Comunista, ni tampoco en los campos norcoreanos. En todos estos casos las víctimas son o representan al enemigo de clase. O, mejor dicho, representan a la contrarrevolución, porque incluso las clases le importan en tanto sean o no funcionales al proceso revolucionario.

[0:29:15] Monedero cita ¡a Ortega y Gasset! ¿Por qué no les recomienda leer La rebelión de las masas que es de donde extrajo la cita? O de donde creemos que extrajo la cita, porque lo más parecido de la cita de Monedero que recuerda a Ortega es la parte en la que dice:
Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. El perspicaz se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. El perspicaz se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece sensatísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás.
Nos preguntamos qué sucederá con los malvados que además son necios (véase: nos preocupa el caso de Monedero).

[0:29:27] El Estado como poder capaz de usar la fuerza no significa reducir la capacidad de su ejercicio a la fuerza misma. Ni Maquiavelo, ni Lenin (ni Weber, al que no cita) dijeron tal cosa.

[0:30:08] Ya empezamos a perder la paciencia. ¡Qué tiene que ver que Fukuyama diga que el sistema parlamentario democrático-liberal sea el fin de la historia con que el Estado sea “el bien encarnado”! A lo sumo podría decir que dicho orden social por entero es el bien encarnado, pero no el Estado. En fin… un desastre. Pobres venezolanos.

[0:30:17] Monedero esconde con una cita en alemán que no entendió nada de lo poco que leyó. Para empezar, el Estado como verdad absoluta no es el Estado platónico, pero ni siquiera es el Estado de Hegel. Cuando Hegel habla de Estado no se refiere al poder político sino al carácter colectivo de la sociedad civil sumada al Estado y que en el Estado político toma sólo su representación gubernamental. El “Estado” en Hegel engloba a la sociedad civil y la rebasa, así como engloba y rebasa al poder político estatal. Precisamente, Marx al tomar la noción hegeliana de que el Estado abstrae la vida privada decide afirmar que la sociedad civil no puede representar a dicho Estado superior en conjunción con el Estado político, y que por tanto lo único que queda de ese carácter colectivo de la sociedad civil, es el Estado político, o sea, algo separado de la sociedad civil, como alienación de lo colectivo que la sociedad civil no puede encarnar. De esta interesante lectura marxiana de Hegel que no se detiene en aclaraciones, se hizo una lectura vulgar de Hegel a través de Marx, una interpretación frecuente y errónea en la que recae casi la completa colección de marxistas existentes. Según ésta la verdad absoluta de la que hablaba Hegel al referirse al Estado, era la verdad absoluta del Estado político, o sea, del Estado en el sentido liberal y marxista. Es cierto que el absolutismo proto-totalitario de Hegel tiene muchos puntos de común con el proto-totalitario de Rousseau, pero precisamente porque ambos se refieren a esa instancia colectiva que representa el interés superior de las partes por su armonización social: el “Estado” de Hegel es lo más parecido a la “voluntad general” de Rousseau, sí… pero no al “Leviatán” de Hobbes. Todavía más: Hegel podía concebir más que Rousseau la armonización de la propiedad sin necesidad de su cuasi destrucción mediante un mecanismo de igualación constante de pequeñas propiedades.[3]

[0:30:40] Otra vez el profesor confunde a sus alumnos. El Estado como espacio de consenso no tiene nada que ver con el Estado como contrato social, o sea, como producto de un consenso. De hecho, sólo el contractualismo de Kant es propiamente kantiano (seguido por Rawls). Ciertamente no lo es el hobbesiano (seguido por Gauthier), ni el lockeano (seguido por Nozick), no el spinoziano (seguido por Buchanan) y ciertamente no el rousseauniano (seguido por Dios sabe quien, tal vez por Chávez). ¡No pega una este tipo! Todavía más: ningún contractualista consideraba ni al contrato el producto de ningún consenso, sino un supuesto heurístico de aquel orden social que sería elegido por motivos individuales (sean más o menos egoístas) a la vez conciliables. Ni siquiera la empatía social rawlsiana es un producto consensual.

[0:31:16] “Todo esto sigue siendo muy vago”, dice Monedero. “Muy abstracto”… muy abstracto…

[0:32:45] Que con la mera fuerza no se gobierne no implica que la legitimación implique un consenso general o mayoritario. Y eso es lo que pretende implicar Monedero. Un estudiante le interrumpe y le dice: “Como en Rusia” (refiriéndose a la caída de la URSS), y Monedero luego de decirle que se equivoca, cambia de idea y dice: “bueno, al final, puede ser”. O sea: la URSS tenía consenso, pero el día que no lo tuvo se derrumbó. Podemos suponer que la población decidió que quería expresar su religiosidad y volcarse al anticomunismo en los últimos años de Gorbachov. Semejante estupidez no resiste el menor análisis. ¡Por supuesto que se puede gobernar mediante el puro uso de la fuerza! O al menos del miedo a su uso, que es (casi) decir lo mismo. Cualquier campo de concentración es prueba de que para crear obediencia e incluso disciplina, la coerción basta, y que si no basta, está la coacción, y que cuando la coacción y la coerción no bastan, la detentación del armamento posibilita la aniquilación de los desobedientes. Lo que importa es que exista un comportamiento social legitimador que haga funcionar la cadena de mando aunque los miembros individuales la adopten por miedo. A lo sumo es importante que la legitimación real se encarne en las burocracias políticas, en las cuáles es más importante que los individuos den legitimidad al ejercicio del liderazgo (a menos que incluso allí sea necesario que el miedo: que en la forma de terror se extienda hasta ellos la coacción, de forma que el líder pueda lograr la sumisión incluso de su propia organización de mando, como fue el caso estalinista).
El Monedero debería haber citado ya a esta altura a Weber y a sus sucesores. Nada. Sigamos, pues, nosotros con el análisis: la ilegitimación internalizada por los individuos no lleva a estos inmediatamente a la rebelión ya que las expectativas de desobediencia de cada individuo en los demás también afectan a los intereses en comenzar dicha ilegitimación abierta. Si la demostración de falta de legitimación no es punida, puede llegar a propagarse, y recién entonces desabastecer de personal a la burocracia política, o bien contagiar dicha ilegitimidación a ésta, o bien generar el valor para la misma. Si tal cosa no sucede, el gobierno, con la sola legitimación interna de su cuerpo administrativo armado, puede imponerse a la sociedad civil como lo hace cualquier dictadura. No toda dictadura es autoritaria, esto es, que detente una legitimación social de la autoridad en sí misma. Puede ser simplemente despótica. Pero incluso si no lo es, puede llegar a serlo, y con eso basta. En el caso de los totalitarismos más plenos (estalinismo, hitlerismo, maoísmo, etc.), no sólo la legitimación tiene otro cariz ideológico, sino que además mucho antes de ser punida cualquier demostración de descontento anómico o de cualquier atisbo de ilegitimación del poder político, ya se encuentra punida la falta de demostración de legitimación ideológica, con lo cual el primer paso para siquiera hacer emerger la ilegitimidad desde la consciencia individual a la conducta individual se torna imposible. Más por cuanto no hay plena consciencia por parte de cada individuo de cuántos de los demás individuos les ocurre lo mismo. Y todavía más por cuanto la legitimación no se comunica a la masa a distancia, sino que se adoctrina directamente a los individuos, organizados en grupos militarmente disciplinados. La población forma parte de las tropas ideológicas que refuerzan el adoctrinamiento. La legitimación ideológica de los regímenes totalitarios no se produce en el seno de la población civil (si tal cosa existe todavía) sino que baja y debe generarse permanentemente desde el partido totalitario. Este poder organizativo es acompañado con el de la vigilancia política que tiene a su disposición servicios de inteligencia y fuerzas represivas propias. Estos sistemas crean unanimidad con una combinación de fanatismo y terrorismo que hacen casi imposible saber cuánta porción de población los llega a legitimar realmente, si por amor o por espanto. En cualquier caso, si la legitimación llega  a ser real en una gran porción de la población, es sin embargo artificial y no emerge espontáneamente de ella: es inculcada y depende de esa inculcación para existir, quedándose sin contenido en caso de desaparecer: el ciudadano de un régimen totalitario tiene que saber en todo momento “qué debe repetir”. En el caso de que la legitimación por parte del ciudadano totalitario sea irreal y producto de la ubicuidad del terrorismo estatal, no hay forma de que la verdad de la ilegitimidad salga a la superficie y tome una forma social, ya que para el individuo el entorno social no es más que la extensión del discurso ideológico del partido que genera la legitimación: sólo se comunica con los demás a través del discurso legitimador. Salirse del mismo implica no sólo incomunicarse sino exponerse directamente frente al régimen, ya que su población puede estar o no encargada de la represión política, pero responderá a la misma. Si está a su cargo sólo hará compulsiva a esta misma represión popular, por más apoyo real que pudiera tener. Y en el caso más frecuente de que no lo esté, el disidente será denunciado a las autoridades pertinentes so pena de no caer sus testigos en la nómina de los enemigos. Por tanto el mismo individuo por miedo tendrá interés en convertirse en un delator, ya que también él es vigilado para ser un delator.[4]Para entender el fenómeno totalitario, tan vinculado al proyecto del PSUV, aprovechamos para recomendar una lectura:

[0:35:15] Monedero hace un paréntesis en su defensa de Maquiavelo para una defensa de la dictadura del proletariado en términos maquiavélicos. Dicha extrapolación es una payasada. Es cierto que para imponer un nuevo orden hay que hacer uso de la fuerza para revocar al anterior, ya que éste intentará defenderse. Probablemente quienes consideren que se beneficiaban más en el pasado intentarán recuperarlo por la fuerza. Pero este no es el caso que enfrenta la dictadura del proletariado. Si por dictadura del proletariado entendemos algo más que el poder del proletariado (supuestamente anti-burgués), o sea, si por dictadura del proletariado entendemos el ejercicio de represión política por parte de dicho poder, entonces no hay ninguna razón de mero realismo político para imponer una “dictadura del proletariado”. La persecución política de los no-proletarios en las supuestas manos del proletariado por entero (o de algunos de ellos pero representando su forma social) va más allá del combate contra una resistencia basada en la fuerza. Decimos “mero realismo político” porque es cierto que hay un realismo totalitario que requiere un ejercicio de cierto tipo de dictadura permanente para la construcción artificial de la nueva sociedad. Incluso excluyendo este nuevo "realismo", es cierto que en los estrictos términos del maquiavelismo leninista, la persecución del enemigo político puede facilitar el poder del proletariado para imponerse sobre burgueses ya sin poder. Pero también puede no hacerlo: por el contrario puede agravar la resistencia de las burguesías al nuevo poder proletario. De la misma forma sucedería con una “dictadura de la burguesía” defendida en los mismos términos. Lo que importa es que esta violencia es innecesaria en términos meramente defensivos. Dicha represión política puede darse porque hay algo que distingue los proyectos socialistas de los liberales. Los proyectos políticos que incluyen al empresariado capitalista en su modelo de sociedad no pueden excluir la existencia de obreros asalariados, mientras que los proyectos marxistas sí pueden excluir la necesidad de la existencia de burgueses, de comerciantes y profesionales independientes. De hecho tienen por objetivo su eliminación social. Las preguntas que cabría hacer, entonces, serían: ¿una vez que ya no haya burgueses, se seguirá censurando a los ex burgueses aunque hayan sido proletarizados a la fuerza? ¿Para qué? ¿Acaso una vez expropiados pueden restablecer el capitalismo? Si acaso es así, entonces son un objetivo constante: ¿por qué no eliminarlos? Y algo más: ¿qué sucederá con el resto de los proletarios? ¿Estos también no pueden regenerar a la burguesía? Y entonces ¿también deben ser víctimas de la dictadura del proletariado? De hecho, así es: las víctimas de la represión y persecución y adoctrinamiento político coercitivo fueron tanto ex burguesas como originariamente proletarias. El terrorismo jacobino y bolchevique ha sido posible porque puede sumar a la agresión social de un grupo humano la agresión física, y puede hacerlo porque su objetivo es eliminar un grupo social de la existencia al cual no necesita para subsistir. No se pueden eliminar clases inferiores, pero sí muchas superiores. Esto no significa que no se las requiera para prosperar, pero sí significa que no son requeridas para la reproducción biológica (o al menos eso se supone: el exterminio de los kulaks demostró que a veces también ese supuesto puede resultar falso).
La dictadura del proletariado tiene sentido en términos de Maquiavelo, sí y sólo sí, el nuevo orden social a ser impuesto concibe que la clase proletaria en el poder tiene enemigos de clase que deben ser eliminados socialmente, o sea, si tiene por objetivo la conversión de los miembros de una clase a otra existencia social perjudicial para los mismos. Lo triste de este asunto es que las libertades políticas de los proletarios frente a los órganos de poder que se ejercen sobre ellos mismos (o sea, su propia independencia para que su voluntad de clase no sea impuesta a ellos por los comunistas sino a la inversa que sea elegida libremente) requiere de derechos de propiedad burgueses, que regenerarían la burguesía automáticamente y con ésta el orden social que se deseaba reemplazar. El ejercicio de la voluntad del proletariado depende de un orden social de libertades individuales que es el que los marxistas tienen por objetivo destruir. Por tanto, no pueden contar con el proletariado salvo compulsivamente. La dictadura del proletariado es, necesariamente, una dictadura sin el proletariado. El socialismo no sólo le quita al proletariado la independencia para ejercer cualquier dictadura sobre alguien más: la misma dictadura del proletariado también lo impide, ya que se ejerce sobre el mismo proletariado, como bien aclaraba Guevara:
El grupo de vanguardia (los conductores del proceso de ideologización) es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos solo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no solo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.

El fin de la dictadura del proletariado no es censurar burgueses para impedir que se reorganicen y hagan un contragolpe con el cual recuperar el poder político, sino impedir que los miembros individuales de una clase burguesa ya expropiada[5]pueda comunicarse con un proletariado sujeto a censura previa.

[0:36:10] El Monedero nos da un “ejemplo actual” de su defensa maquiavélica de la “dictadura del proletariado” (que no convencería a muchos marxistas, pero que en realidad es ciertamente marxista-leninista en sus objetivos y en su naturaleza a pesar de no serlo en sus formas). Aclaramos al lector que su explicación casi no tiene relación con lo dicho antes, pero que voy a discutir porque su defensa de la política comunicacional chavista es ridícula, incluso en su estúpida sinceridad. Juan Carlos dice: “está la oposición bramando porque dice que el presidente hace muchas cadenas” y él mismo, en un diálogo imaginario, les responde: “‘tienen ustedes mucha razón; vamos a hacer un trato: yo renuncio al 90% de las cadenas en VTV y a cambio me dan ustedes el 50% del tiempo que tienen ustedes en las cadenas privadas’”. ¿Esto es una dictadura del proletariado? No, esto es una tontería. A lo sumo, si se quiere, es una dictadura del proletariado dentro de los medios públicos de comunicación. Y de hecho así es: el 100% (no el 90% solamente) es propaganda oficialista del régimen. Ahora bien: una completa dictadura del proletariado exigiría eliminar la libertad de expresión de los opositores burgueses (ojo con esto: no con la oposición obrera, cosa que también hace, y con más fuerza aun). ¿Lo hace? Por supuesto que lo hace, en gran medida, pero no lo menciona. Pero supongamos que no fuera así y la terminología de Monedero fueran sólo expresiones de deseo, meras ensoñaciones sobre convertir a Venezuela en Cuba, la cuestión es: ¿por qué habría de adoptarse la excusa de Monedero? Si, como queda claro de su justificación, la libertad burguesa de prensa no sirve para organizar a los burgueses entre sí, sino para convencer a los proletarios, entonces la dictadura del proletariado que defiende el Monedero es contra la libertad de los proletarios de escuchar opiniones distintas. Y es que precisamente, de eso se trata.
Sigamos escuchando a nuestro guerrillero de campus académico queriendo imponerle la grilla a los medios opositores: “nos dirían: ‘ah, no no, es que son privadas…’, y yo diría: ‘¿entonces qué hago?’”. Hasta aquí uno podría pensar que va a decirnos que los medios de comunicación privados ejercen dentro de los mismos una dictadura de la burguesía o algo similar, para lo cual deberían representar la voluntad de dicha clase (y nuestra respuesta a tal argumento habría sido: “So what? Son burgueses, luego deberían representar dichos intereses de clase”, si acaso existen tales intereses de clase, o sea: que sean únicos y a su vez independientes del mercado). No, no, lo que el Monedero contesta, refuerza la crítica contra su propia posición. Dice, literalmente: “’Para ustedes, la información no es un bien público; en su lógica liberal, o neoliberal, es una mercancía, y como mercancía se rige por las normas del mercado’”. La respuesta obvia entonces de los “neoliberales” (que ojalá difundieran un gramo de su opinión en los medios de comunicación) debería ser: “¡a diferencia de ustedes, socialistas, nosotros defendemos una información que depende del mercado de consumo, o sea, del público!” El problema no es en manos de quien estén las televisoras, sino de cómo obtienen sus recursos. No importa si acaso están en manos de un supuesto pueblo (mal representado por la falsa unanimidad chavista de los canales estatales­), o si están en manos de un puñado de avaros capitalistas (que representan directamente sus opiniones interesadas y capciosas). Lo que importa es la diferencia esencial entre una empresa estatal y una privada; la diferencia que hace que la propaganda de los canales opositores dependa de su público y no de los impuestos. Si el 100% de las televisoras privadas difunden un 95% de propaganda antichavista, es porque ganan al 95% de su público de esa manera. La pregunta sería entonces ¿cuánta población ve esas televisoras? ¿Qué rating tienen? ¿Es una porción tan segmentada de la población como para que nadie en el sector privado quiera ganarse a su público vendiendo propaganda pro-chavista? (Y por la preocupación de los chavistas pareciera que el miedo oficial es que los espectadores sea gente de la propia tropa). Ahora bien, si las televisoras estatales difunden un 90% de propaganda pro-chavista, no necesariamente ese porcentaje refleja proporción alguna de los deseos de los telespectadores.
En resumen: los porcentajes de opinión política de los medios de comunicación privados tienden a reflejar los porcentajes de opinión de todos los consumidores (ya que, si se rigen por las leyes del mercado como dice Monedero, intentarán también captar a los televidentes de los medios oficialistas estatales). Los porcentajes de opinión política de los medios de comunicación estatales no tienden a reflejar los porcentajes de opinión de todos sus potenciales consumidores, ya que no dependen de su consumo. Puede haber un 90% de medios estatales difundiendo propaganda que nadie ve, pero no puede haber un 90% de medios privados haciendo lo mismo con su público. Si cada medio de comunicación libre que depende del mercado de consumo (o sea, cuyos recursos dependen de la libre elección del público) está en contra del chavismo, entonces ya nos podemos hacer una idea de la popularidad del régimen, mucho mejor que la de elecciones fraudulentas sólo defendidas por algunos nada imparciales veedores internacionales (nos referimos en particular a ciertos ex presidentes norteamericanos que en plena Guerra Fría financiaron dictaduras marxistas en Centroamérica).
Parece, pues, que la supuestamente maquiavélica dictadura del proletariado es sólo maquiavélica en el sentido más vulgarizado del término: es una gran mentira del príncipe contra la voluntad de su pueblo. Se trata de imponer tanto a proletarios como a burgueses chicos y grandes ver propaganda antiburguesa, por la fuerza, e impedirle a todos elegir otra opción. Sin duda que eso es necesario al marxismo-leninismo pero ¿por qué? ¿y para qué? Ciertamente no sólo para retener el poder. “O usted usa elementos de fuerza para establecer el nuevo principado, u olvídese”, dice Monedero. El detalle es que están usando la fuerza contra la voluntad del pueblo de elegir sus fuentes de información. Unos usan elementos de persuasión; los otros, en última instancia, de fuerza, sino fracasan. Y de fuerza que está dirigida contra la amenaza de una conversión del pueblo, no de otros enemigos de clase. Y, entonces, coherentemente, el miserable se lamenta de la razón por la cual fracasaron los dirigentes izquierdistas: “Lugo en Paraguay no fue fuerte ¡se lo cargaron!” (o sea: no censuró a los medios opositores y por eso pudieron derrocarlo, lo que significa que había consenso para eso); “Allende en Chile, no reaccionó a tiempo” (o sea: ídem, no impuso la persecución política a la libre expresión y por eso hubo consenso para derrocarlo); “España, en 1936, si hubieran dado armas al pueblo antes…” Aquí el Monedero se queda pensando, ya que los estalinistas de la II República sí habían tenido a su disposición a grupos con civiles armados. Entonces agrega: “…igual, si les costó tres años ganar con el pueblo armado, igual no hubieran ni siquiera ganado”. ¿En qué quedamos? ¿Estaba el pueblo armado o no? ¿Los franquistas triunfaron sobre todo un pueblo armado? ¿En qué quedó aquello de que se necesitaba gobernar con legitimación? ¿O acaso “pueblo” significa sólo la porción de población utilizada como militante a favor de la propia causa?[6]
Antes de que siquiera hubiera tiempo para que estas reflexiones pudieran emerger en las mentes de sus estudiantes (cosa que de cualquier forma dudo hubiera sido posible), un pobre diablo interrumpe al Monedero y, orgulloso, agrega un ejemplo a la lista de comunismos frustrados: “¡Kennedy!”, respuesta posiblemente motivada en el glorioso trabajo de desinformación (privada) de Oliver Stone. ¿Reacción? En vez de alegrarse del éxito de su propaganda, el profesor culpa al mensajero. Alecciona autoritariamente a la triste víctima del trabajo de imbecilización ideológica de su propio colega y le contesta de mal modo: “¿Kennedy? Humildad, compañero. Si se te ocurre una cosa, te la apuntas en el cuaderno, pones ‘Kennedy’, piensas y luego nos lo cuentas”. Después intenta fundamentar por qué la opinión políticamente incorrecta del idiota debía una autocrítica. Humildad, dice el Monedero. No entendemos ¿Por qué el reclamo de sumisión al gran educador? Si Kennedy hubiera eliminado al Pentágono, ejecutado a su vicepresidente y censurado a toda la prensa que lo criticaba ¡tal vez habría podido imponer su nuevo orden social distinto sin el obstáculo del complejo industrial-militar que lo obligaba a sus cruzadas anticomunistas! Casi que cerraría, si no fuera porque quien silenció a su presunto ejecutor tuvo asilo de los soviéticos, así que si lo mató la CIA entonces la KGB también estaba implicada. Menudo lío. Mal ejemplo. Humildad, compañero. Aquí presidentes “progres” pero anticomunistas, no, gracias. Ya estamos avanzados en el proceso revolucionario y para nosotros todos los que no están con él son enemigos de clase. No lo olvides, idiota.

[0:39:00] Monedero desmiente al antigolpismo. En fin, que si, como dice nuestro español colaboracionista, los golpes de Estado triunfantes en América Latina se debieron a que el pueblo no tuvo la necesidad de los presidentes derrocados, significa que no era siquiera necesario derrocarlos con golpes: bastaba esperar a elecciones libres. A menos, claro está, que no hubieran sobrevivido elecciones libres si se los dejaba en el poder. Con lo cual, paradójicamente, si seguimos el razonamiento del Monedero, todos los golpes en Latinoamérica fueron hechos para salvar el sistema de elecciones libres. ¡Incluso el del 2002 en Venezuela! Todos, excepto uno, claro está: el que realizó el propio Chávez en la misma Venezuela. Y quizá cabría agregar a Velazco Alvarado en Perú, de quien parece que el Monedero se olvidó de mencionar en su clase.
En fin, es eso, que los pueblos no saben cómo sacarse de encima a sus presidentes, o que los pueblos de Latinoamérica prefieren dictaduras militares más que a los presidentes que eligieron. Eso sí que es arrepentimiento. Gracias, Monedero. Tu discurso en Argentina le vendría de mil maravillas a Cristina Kirchner. Podrías agregar a tu amigo Pablo Iglesias afirmando que es más democrática una protesta violenta callejera que un gobierno electo porque éste no le da lo que aquella exige o porque no escucha sus reclamos, y te aseguro que le darías el golpe de gracia ideológica que necesita para irse de una buena vez.

[0:41:12] Si Gramsci, un “heterodoxo”, es el pensador de la izquierda más importante para el siglo XXI, si éste es un heterodoxo que “le plantó cara a Marx” (interesante: en otra época estos izquierdistas decían que sólo los derechistas condenaban por dogmático al izquierdismo), como dice el Monedero, es porque desencajó (aunque no lo admita) su concepción sistémica de la historia y con esta la justificación determinística y “necesaria” de los procesos revolucionarios, convirtiéndola en contingente y aun así posible por razones distintas a las que en Marx se convertían en excusas clasistas. Para los izquierdistas el modelo de Marx es muy útil: las dictaduras revolucionarias aparecen al prisma marxiano como instrumentos de unas clases que a su vez se presuponen habían sido explotadas, y que no pueden ejercer opresión alguna sobre sus propios miembros, mientras que por lo mismo prueban que el régimen que reemplazan está basado en la explotación. El sinceramiento de Gramsci de que la realidad opera en términos weberianos deshace en sí misma la legitimación ideológica de los gobiernos marxistas. Todavía más, el Monedero lo dice textualmente: “su primer artículo se llama ‘la revolución contra El capital de Marx’ diciendo que la revolución rusa desmentía la tesis de Marx de que las revoluciones iban a ocurrir en los países capitalistas más desarrollados”.

[0:43:00] Tanto en Grecia como en España, la gente (que no es un bloque monolítico) en promedio votó más favorablemente a la derecha, pero no porque no tengan consciencia, sino porque suponen (y bien que hacen) que las medidas que los llevaron hasta donde estaban no erande derecha, y que las medidas que salvaron a Alemania sí lo eran: http://www.youtube.com/watch?v=y2wOaOTCFZs. Lo más gracioso es que Monedero afirma que si se quiere hacer una transformación social en su país, hay que tener en cuenta los “tres elementos” mencionados: los “liderazgos”, las “estructuras” (políticas) y la “consciencia”… ¡pero no tiene en cuenta la estructura socioeconómica de su país para el intento de sumergir a su propio país en un “proceso” hacia la instauración de una economía socialista![7] Su análisis excluye lo que es (o se supone debiera ser) lo más importante en términos marxistas: las condiciones sociales "objetivas" de posibilidad. Ahora parece ser que esas "condiciones" fueron siempre un recurso propagandístico para justificar revoluciones sociales que éstas no requerían.

[0:44:00] Sobre el uso contradictorio de la palabra Estado, véase lo dicho antes en este mismo artículo. Ahora es el profesor el que nos confirma que fue él mismo el primero en hacer mal uso del mismo.

[0:45:00] Aquí no habla de la autonomía de lo político en un sentido sociológico sino ético: la independencia que la moral política requiere respecto de la moral civil (independencia amoral, sin parámetros, que no usa para despreciar la política, sino al revés: que justifica porque la política lo necesita). Las limitaciones –que la tradición, la religión y el derecho consuetudinario imponen a los factores de poder en la sociedad– no operan en el ámbito de lo político (de lo político moderno, separado y por encima de la sociedad civil), y por ende la concepción paraburocrática del “Estado” como superestructura ideológica, es una trampa. El ejemplo naif que ofrece el Monedero para probar la necesidad de una moral distinta para los políticos (el de los directores generales de tránsito que quitan su camión a un camionero borracho), es capcioso, porque nada tiene de contrario a la ética del ámbito social quitarle un vehículo a un alcohólico. La privación de un individuo de sus bienes de subsistencia porque incumple una ley socialmente aceptada, no es en lo más mínimo un ejemplo de la aplicación de una moral distinta para la política que para la sociedad civil. Para hacerle trampa a sus estudiantes y no enfrentarlos a una justificación repulsiva, Monedero los confunde. Los cruentos ejemplos de Maquiavelo son muy distintos, como cualquiera que lo haya leído puede saber. Y sin embargo vale aclarar que incluso estos ejemplos terribles de Maquiavelo sólo operan como razones de Estado, que en última instancia harán estas excepciones propias de la moral política, pero cuyo fin es el de ejercer un poder dominante sobre una sociedad civil en un sentido legal-burocrático, o sea: Maquiavelo quiere que el príncipe ejerza el poder armónicamente con la naturaleza de la sociedad civil y no con la intención de reformarla o eliminarla. Y vaya que su idea de lo que es más armónico con ésta parecería a los oídos de los actuales populistas de izquierda casi una lección de neoliberalismo tecnocrático. En cambio, en el totalitarismo marxista (al cual Gramsci está ayudando a llevar el poder) la situación es muy distinta. En Maquiavelo el afianzamiento del poder estatal es sólo el fin al que se subordinan medios antisociales sólo y en tanto es necesario para dicho afianzamiento contra otros factores políticos de poder (no “factores” sociales). Este afianzamiento no tiene por fin su engrandecimiento a costa de la sociedad civil, lo cual conspiraría contra sus propias bases económicas. Maquiavelo quiere un príncipe gobernando a una sociedad burguesa sin rivales políticos; Gramsci quiere un ideólogo gobernando paraconstruir una sociedad proletaria que ni siquiera existe aun. El plan de Gramsci no es la razón del Estado, sino la razón del Partido; es el sometimiento no al principio del deber “legal o burocrático” del aparato estatal (por más legislativo y contrario al derecho que pudiera ser), sino al principio del deber “arbitrario e ideológico” del aparato partidario.
(Esta cuestión es tal vez donde mejor ha dado en la diana Leonard Schapiro en su pequeño libro El totalitarismo).

[0:48:00] Dice Monedero: ¿dónde está el límite para que el realismo político no se extralimite? Su temor, o es ficticio, o es estúpido. En uno de sus propios ejemplos el poder hace algo más que extralimitarse, y lo apologiza: hace causa común con un chavismo que se opone a la OTAN en lo que fuera, así estuviera ayudando a cruzar a la calle a una viejecita, y viceversa justifica el apoyo de la República Bolivariana de Venezuela a cuanto dictador disfuncional a la geopolítica norteamericana y europeo-occidental exista en el mundo (y miente cuando afirma que el socialismo libio no tenía nada que ver con el venezolano). ¿Dónde está el límite? El Monedero contesta que no existe, que no puede nacer de sí mismo. Y agrega que, por eso mismo ¡el poder tiene que estar vigilado! Monedero insiste con que el poder puede convertirse “en un monstruo” ¡incluso si es un Estado revolucionario (“bueno”) que “quiere ayudarnos”! Por tanto ¡hay que obligarlo a dialogar con la ciudadanía! ¿De pronto el Monedero se hizo liberal? Estamos asombrados. Ahora, nos preguntamos: ¿cuál será la representación de dicha ciudadanía (que es una sociedad civil con individuos autónomos) en un régimen en el cual el propio gobierno ha encarnado la representación colectiva y abstracta de aquella tutelada por un frente de partidos izquierdistas que imitan a una red de clubes jacobinos? ¿Qué marco institucional si no es el burgués va a representar a los ciudadanos reales, siendo que no se ha llegado al comunismo? ¿Acaso serán dispersas comunas de poder popular que no son más que las extensiones del poder totalitario pero ejercido por sus propias víctimas en forma automatizada, y que no pueden elegir libremente a riesgo de salirse de la ideología oficial o de desmembrar incluso esas mismas comunas? Ni lo aclara. Será que no hay forma en el socialismo.
Mejor sería (para él) no seguir con estos temas, pero Monedero es obstinado.

[0:49:00] Juan Carlos cita a la “República Democrática Alemana” como ejemplo de la “falta de diálogo” de la dirigencia revolucionaria con su pueblo. Nos dice que ésta cayó porque el pueblo, de pronto, quiso que cayera el Muro. Parece que antes no quería que cayera ya que ¡si lo hubiera querido no hubiera sido posible que el régimen sobreviviera! Ciencia política pura.
La miserabilidad de su reflexión no tiene límites: comenta que el pobrecito de Erich Honecker no entendía –¡no entendía!– por qué al abrir un poquito el Muro de Berlín la gente se escapaba (o sea, fijémonos que reconoce que sus premisas no cuajan: no fue la gente la que abrió el muro, sino que al abrirse la gente pudo elegir escaparse y derribarlo). Cita que con tristeza el pobre líder comunista decía en un discurso “¿por qué se van?”. Según el Monedero era porque el gobierno revolucionario, que les “daba agua caliente” (sic), no tenía diálogo con su pueblo y por eso no entendía lo que éste quería. Debemos suponer, pues, que la Stasi no le pasaba tan bien a Honecker el censo del estado de ánimo popular, y que, además, el propio régimen “no se daba cuenta” de que su república no era tan “democrática” como se autoproclamaba. Hay que prestar atención a la perversidad del análisis, porque a veces pareciera que ciertas áreas de nuestros cerebros políticamente correctos se desactivaran cuando se trata de estudiar el comunismo. Monedero espera que sus estudiantes venezolanos ni siquiera reflexionen por un segundo que si el muro estaba ahí ¡era porque el régimen sabía perfectamente que la gente quería escapar! ¿Es que acaso hay que aclarar que para eso se construyó el muro en primer lugar? El Monedero pretende tomar a la gente por idiota, y por supuesto, lo logra. Lo más triste del asunto es que esta barrabasada suya sobre Alemania Oriental… ¡¡¡fue su tesis de doctorado!!! No fue una inspiración diabólica que duró sólo unos segundos en Venezuela. No fue Chávez que entró aleteando por la ventana y se lo susurró al oído. Tuvo tiempo de meditar antes de convertir su abyección ideológica en una tesis. ¿Hasta dónde llega la hegemonía del progresismo marxistoide en las universidades occidentales para que se pueda plantear semejante estupidez sin la menor reflexión crítica? Imaginen que alguien hiciera una tesis de doctorado afirmando que el problema de los campos de concentración era la poca comunicación de la jefatura con sus prisioneros. Que a cambio del control de su movimiento físico los oficiales les daban a sus víctimas camas, comida y agua caliente con la mejor intención, pero que no sabían que sus residentes querían otra cosa, y que “por eso” cuando los campos se abrieron se llevaron la “sorpresa” de que querían escapar.
Realmente ¿es que estamos todos locos? Esta gente es la jefatura intelectual de Podemos, la organización que pretende tener en sus manos los destinos de España. 
Esperemos que los dobles estándares del antifascismo no cieguen a la cómoda intelectualidad europea. Sino, jugar al subdesarrollo ideológico fuera del Tercer Mundo le va a costar más caro de lo que imagina.

[0:53:30] Que los “levellers” británicos sean una excepción a la involución gradual en el lenguaje de los derechos (y no tanto porque éstos no lograran conquistar el poder) no significa que la afirmación de Marshall sea falsa y que el Monedero tenga derecho a acusarlo de mentiroso. De cualquier forma la tesis es chabacana: los llamados “derechos civiles” primero, los llamados “derechos políticos” luego (en tanto por éstos se entienda no sólo el derecho civil a la libertad política sino el ejercicio del poder político) y los “derechos sociales” finalmente (entendidos como el derecho a violar los derechos civiles de propiedad para que el resto de la sociedad garantice la subsistencia o cualquier otra cosa) son tres tipos de derechos individuales mutuamente contradictorios, por más que esa mescolanza se haya convertido en una suerte de deontología laica planetaria a través de los llamados “derechos humanos”. En ningún sentido fueron alguna vez parte de una tríada unificada ni nada parecido. Que todos se llamen “derechos” no significa que hayan sido parte de un mismo conjunto, ni que puedan serlo jamás por más buena voluntad que hace casi un siglo le haya puesto la ONU. Por eso históricamente el reclamo exitoso de derechos individuales patrimoniales fue en desmedro de cualquier reclamo exitoso de derechos individuales “sociales”, y viceversa, y por eso la Revolución Francesa representa el híbrido conflictivo entre la normatividad liberal de las revoluciones institucional-burguesas americana e inglesa (más representada por los girondinos), y la normatividad socialista de las posteriores revoluciones ideológico-burocráticas rusa y china (más representada por los jacobinos). Sobre este punto recomendamos un libro bastante ilustrativo que alguna vez publicara un inteligente vocero de la derecha liberal española:

[0:56:00] Monedero a esta altura agotó los dedos de sus pies y manos para llevar cuenta de sus imposturas. La ciudadanía (en la acepción moderna del término) sólo requiere los derechos políticos como medio para el ejercicio de la soberanía, y por ende está indisolublemente ligada a la concepción de participación política (directa o indirecta). Luego en tanto participante de esa soberanía, puede que se le reconozcan otros tipos de derechos, pero que no hacen ontológicamente a su ciudadanía, sino a su carácter de habitantes sujetos de derecho (o “ciudadanía económica” como se la suele llamar algo incorrectamente).

[0:56:30] Los derechos preexisten a cualquier reclamo revolucionario de soberanía política, y por tanto menos pueden edificarse a posteriori de las mismas (especialmente no pueden hacerlo en revoluciones totalitarias con mayúsculas). Sin derechos burgueses de propiedad, no habría habido burguesías ni revoluciones hechas por burgueses o de naturaleza burguesa. Lo único que pudo exigir la burguesía es el cumplimiento del respeto a tales derechos, o sea: garantías para dichos derechos preexistentes. Y cuando decimos derechos, aclaramos, lo hacemos sólo en términos positivos, ya que normativamente nada prueba que se “tenga derecho” a un derecho cualquiera. Insistimos: el ejercicio de estos derechos burgueses no pueden ser posteriores a la burguesía misma, ya que se trata de los derechos que la hacen posible: derechos de propiedad y a su uso. Todos los derechos burgueses que se puedan especificar (libertad de prensa, habeas corpus, etcétera) son expresiones de un mismo derecho de propiedad o bien formas institucionales que dicho derecho burgués requiere para su supervivencia frente a un poder estatal que tiene que ser ajeno a su ejercicio.
Ahora bien, el Monedero afirma que la izquierda fue estúpida por haber despreciado los derechos burgueses. ¿Por qué estúpida? Porque “vinieron las dictaduras” (la izquierda nunca había ejercido una, parece, al punto que ni siquiera la conocía) y estas dictaduras les demostraron que era importante que hubiera algo llamado “habeas corpus”, por si acaso la policía detenía al militante de izquierda. O sea: eran importantes no como fin, sino como medio. En pocas palabras, al profesor le importa un bledo que los ciudadanos tengan derechos civiles (burgueses) bajo los gobiernos de izquierda, sino a la inversa: que los tengan los izquierdistas bajo los gobiernos burgueses que se basan en el Estado de derecho (si es posible excluir a las derechas críticas, mejor). Y esto en tanto y en cuento los requieran los izquierdistas para salvar su vida en función de su causa, o sea: cuando todavía no tienen el poder. Pero cuando Marx, los marxistas y los bolcheviques despreciaron a los derechos civiles, no lo hicieron porque los consideraran derechos falsos, sino precisamente porque eran reales y les obstaculizaban la persecución de sus enemigos políticos. Las dictaduras que con más énfasis se dirigieron sistemáticamente a su supresión, fueron las marxistas. Y vaya que éstas conocían dictaduras previas.
Los izquierdistas le exigen a los estados de derecho que no hagan excepciones con sus propias reglas, y esto siempre que se aplique a ellos, aunque, claro, exijan lo contrario para sus enemigos (esto llega incluso hasta la supresión de su libertad de expresión en cuanto tienen la excusa de que quienes los desmienten son fascistas, sea tal cosa cierta o no). ¿Qué desean los izquierdistas que es distinto a lo que realizaron los autoritarios tradicionales? Tomar el poder para imponer una dictadura que tiene como uno de sus corolarios abolir el Rechtsstaat burgués; no sólo hacer excepciones al mismo para con sus enemigos, sino eliminarlo de raíz. Nada nuevo. Una vez que la izquierda ya haya alcanzado el poder, no hay más razones para que tenga sentido proteger el habeas corpus de nadie, ya que eso protegería al enemigo derechista, y el resto de la población tampoco lo necesita a menos que tenga la peregrina idea de oponerse también al proceso revolucionario, o sea, a cometer el crimen de ser contrarrevolucionario frente al cual a la izquierda no le interesa proteger ningún derecho civil. Para el Monedero es importante que haya libertad, que no te puedan torturar, que tengas libertad de expresión y de residencia, de domicilio y de reunión, etc., porque los izquierdistas la pueden necesitar, pero no porque sean importantes frente al poder revolucionario o los diferentes órganos de “poder popular”. De hecho Monedero reconoce que todos estos derechos civiles dependen del primero y más importante: el derecho de propiedad privada, que es el que su movimiento tiene por fin eliminar.

[0:58:00] ¿Cuál es la garantía para proteger estos derechos civiles burgueses? Monedero contesta: la división de poderes, o sea, que el gobierno no sea juez y parte. Pero luego e inmediatamente se queja de que esa independencia exista, porque los jueces si no responden al gobierno electo entonces podrán destituir a un tipejo como Lugo. Como si fuera poco, se queja de que los jueces de los regímenes comunistas fueran destituidos luego de la caída del Muro ¡cuando en dichos regímenes no había división de poderes! Precisamente, estos regímenes no protegían los derechos civiles burgueses. La razón política de que Lugo fuera destituido era que violaba esos mismos derechos civiles que se supone el Estado burgués debe proteger. Para que el poder judicial represente los límites constitucionales al poder ejecutivo, o sea, para representar la Constitución, es necesario que, para empezar, no represente al gobierno electo. La Constitución pone por encima de la política democráticamente elegida los derechos que pueden asegurarse a todos al mismo tiempo, priorizándolos por sobre el derecho a la participación en una legislación política. El poder judicial representa la defensa de lo que debiera ser la Constitución, o sea, el marco jurídico que sólo tiene sentido en un orden social liberal (burgués, sí) para proteger a todos los individuos en derechos que pueden ejercerse con independencia de qué facción política gane las elecciones. Y por eso, para eliminar la protección a los derechos civiles, Hugo Chávez destituyó a los jueces anteriores, e impuso una Constitución que por la naturaleza contradictoria y supraindividual (“social”) de los derechos individuales que protege, ya no requiere un poder judicial que le sea independiente. Si la división de poderes existe como dice Monedero, entonces dicho poder debe ser independiente tanto del gobierno durante el que se formó como del gobierno que le siga, con lo cual suprimirlo y reemplazarlo a dedo por un poder ejecutivo, como se hizo en Venezuela, significa que en el nuevo régimen no hay división de poderes, y por tanto no hay garantías a los derechos civiles. O sea: exactamente lo que sucede en Venezuela.

[0:59:30] Los derechos políticos son derechos de sufragio y asociación, dice el Monedero, confundiendo libertad política con participación política.

[1:01:00] Sobre los “derechos sociales” y sus orígenes y su relación con la Unión Soviética, remitimos al artículo anterior.

[1:06:08] El Monedero cita la distinción de Isaiah Berlin entre libertades negativas y positivas. Aunque confunde las positivas de Berlin de participación política con derechos sociales, se lo podemos perdonar: es el propio Berlin el que debería haberlas relacionado mejor.
Este extraño socialista nuestro que como marxista debería tener por objetivo la abolición del Estado, argumenta que así como el liberalismo sólo aboga por la defensa contra la intervención, el socialismo es la defensa de un intervencionismo estatal. Ya vamos mal, pero vaya, que algo se entiende. Y dice: la libertad negativa protege mi vida privada y mis negocios, pero la libertad positiva es la intervención del Estado para que yo pueda hacer algo en mi vida. O sea: se presume primero que la libertad negativa protege algo que existe, pero lo segundo que afirma es que se requiere la libertad positiva porque aquella protección negativa cuidaba de algo que no existía, y que por ende debe ser provisto por el Estado. Y, por supuesto, como ejemplo de libertad negativa, Monedero nos da la libertad de vivir debajo de un puente. El ejemplo está pésimamente dado incluso para sus propios fines de didáctica anticapitalista, ya que tal libertad negativa es muy fácil de realizar. Lo negativo y lo positivo en el caso de la libertad de “dormir bajo un puente” se complementan: nadie interviene para impedirme vivir debajo de un puente (libertad negativa), y yo mismo me proveo del puente, del lugar para dormir (libertad positiva), con lo cual la intervención del Estado para proveer alguna libertad positiva sería innecesaria. Si lo que quería era hacer una apología de la libertad positiva provista por el Estado, lo que debería haber dado como ejemplo de libertad negativa es el derecho a tener una gran casa, de ser un empresario, o un deportista famoso, etc., y así podría haber dicho: “¿de qué sirve que el Estado os proteja esas cosas si ustedes no las pueden tener?”. Pero en aras de hacer demagogia y causar una mala impresión sobre las libertades negativas, lo que hizo fue empobrecer su propio discurso al punto de hacerle perder sentido. Para responder a esta tontería, basta con leer a Ayn Rand en Capitalismo: el ideal desconocido, o al más complejo Robert Nozick en Anarquía, Estado y utopía. O al propio Isaiah Berlin en Cuatro ensayos sobre la libertad. Libertad negativa es el derecho de que aquello que se ganó con el propio esfuerzo no sea expropiado por nadie, y asegurar por vía del Estado una libertad positiva implica violar la libertad negativa de otros a disponer de un recurso propio obtenido en un espacio privado o de los demás sin intermediación del uso de la fuerza. El mito de que sin la “redistribución” del Estado las libertades negativas no pueden tener una realización positiva salvo por los más ricos, o sea, el prejuicio de que no todos pueden ganar por sus propios medios los bienes de que disponen (al punto de afirmar que la mayoría no podría subsistir en el mercado sin ayuda, y que por tanto el Estado debe actuar sobre todos), es el medio de justificación de la “redistribución” ya que, por ende, “hay que” quitarles a unos –y a cambio de nada– algo de aquello que tienen, para dárselo a otros. Ahora bien: el quid de las libertades negativas liberales es que no prometen que se podrán realizar positivamente para todos en forma igualitaria respecto a todos los bienes sino sólo a los bienes que se han podido adquirir de la voluntad de otros en un proceso de mercado, y que no por eso son menos reales y valiosas, sino que, por el contrario, lo son precisamente por eso: incluso para el más pobre. Y lo son no por la potencialidad del pobre de estar entre los más ricos (sólo para "algunos"), sino para que éste sea protegido aquello de lo que dispone, lo pueda usar productivamente, multiplicarlo y verse protegido luego, o sea: posibilitar que se deje de ser pobre (en términos absolutos, obviamente; la "pobreza relativa" y las relaciones sociales entre desiguales patrimonios es otro tema -la discusión de si se realimentan en relaciones de explotación, etc.- que no afecta a la cuestión en particular del progreso material y la igualdad en la forma de adquisición). 
La libertad negativa es, de hecho, la libertad de disponer de algo contra la violencia ajena. Si dicha libertad negativa se cumple también para los demás, los bienes de que se disponga habrán sido obtenidos necesariamente sin uso de la fuerza, con lo cual la libertad negativa no es otra cosa que la libertad de disponer de lo propio. Para tipificar las libertades negativas basta con especificar diferentes bienes y relacionarlos con una misma pauta de adquisición (libertad de disponer de un automóvil contra el inicio de la fuerza, libertad de disponer de una casa, etc.). En rigor, la libertad negativa es una, y no varias: es el derecho a la propiedad sobre los bienes que se han adquirido sin violencia, sin necesidad de especificar (aunque se suela hacer) qué bienes serán de hecho protegidos por este derecho. La libertad negativa es el resultado de correlacionar socialmente todas las posibles formas de libertades individuales ejercidas igualmente para todos, y en esto la teoría refleja en el pensamiento, como validez, su necesidad en la evolución real de la individualización social de materializarse en una forma de propiedad privada. Las pautas legítimas de adquisición lockeanas son las que son porque no pueden ser otras. 
La libertad positiva es, en cambio, la libertad de disponer de algo. Exige una especificación. Una libertad positiva pura requeriría de bienes infinitos para todos. La formalización de la libertad positiva exige su recorte, su delimitación a ciertos bienes, y su misma formulación requiere de aludir a un contenido específico. Ahora bien, la libertad positiva que implica disponer de algo, puede significar dos cosas: o la libertad que me da el bien que dispongo de usarlo, o sea, la libertad de tener ese bien propio, o la libertad de tener ese bien aunque no lo disponga y alguien ajeno tenga que proveermelo. Si la libertad positiva "a algo" se institucionaliza, no hay otra forma de hacerlo cumplir si no hay otro individuo que provea de ese "algo", como sea. O sea, por la fuerza. Y dicho proveedor por ende ya no podrá disponer libremente de dicho bien. La creación legislativa de libertades positivas (que no pueden crearse consuetudinariamente ya que son imposibles de realizar por fuera de la política), presupone que los individuos jamás podrán progresar por encima del límite mínimo que se pretende asegurar, y que jamás serán víctimas de una expropiación similar. Presupone, además, que por esta vía los individuos podrán ver realizadas positivamente sus libertades más que si sólo disponen de sus propios recursos, a costa de los recursos de otros. La realidad es que la tasa de capitalización de un país (que depende de la protección a la libertad negativa de quienes arriesgan sus recursos para transformarlos en capital) es la que posibilita que la productividad del propio trabajo aumente y que por tanto sea más posible para todos la realización positiva de la libertad negativa dentro de los márgenes de esa misma libertad negativa, lo que es lo mismo que decir: sin necesidad de violar una libertad negativa ajena estableciendo un derecho a la libertad positiva. Un caso extremo, pero que es un ejemplo útil para entender lo que aquí se juega, es el de violar la libertad negativa a la propia salud en beneficio de la libertad positiva de todos: hacer experimentos involuntarios con seres humanos enfermos que son minoría, para proveer de una mayor libertad positiva a la salud a una mayoría, gratuitamente y provista por los médicos, o bien incluso si es paga, ya que los avances en medicina serán mucho más grandes gracias a los mismos. Para un liberal, la libertad negativa de un solo individuo enfermo de cáncer (o sea, libertad de que no lo perjudique un Mengele), es más importante que la libertad positiva de un millón de potenciales enfermos de cáncer a mejoras en los métodos de tratamiento contra el cáncer (o sea, libertad de disponer de conocimientos extraídos a costa de aquella vida). El individuo que es protegido por el Estado liberal y por ende no está sujeto a experimentos, no está perjudicando por acción sino por omisión a los potenciales beneficiarios de dichos experimentos. Un socialista coherente, en cambio, debería promover dichos experimentos humanos forzados si los beneficiarios de la libertad positiva son más numerosos que los perjudicados por la pérdida de la libertad negativa, hasta llegar a un nivel en que todos tengan asegurada la misma cantidad de salud. Lo que sucede y tanto sorprende a estos “socialistas redistributivos” es que, a veces, hay poblaciones que prefieren ver protegida su propiedad, por poca que sea, y también la de los demás, y no simplemente porque tengan miedo de resultar ellas expropiadas por el Estado. Si se hiciera un censo por el cual se pudiera diferenciar todos los niveles posibles de salud en una población, y se pudiera demarcar al 1% más sano de la población, dudamos que la mayoría que le sigue detrás (los 99 por cientos restantes hasta el más enfermo 1% final) estuviera mayoritariamente dispuesta a aprobar sin riesgo para sí misma que se realicen experimentos forzados sobre ese 1% (sin llegar a matar los investigados, o sea: sin expropiarlos completamente, sino incluso dejando la mayor parte de su salud), siendo que lo considerarían empáticamente mal si se hiciera sobre sí mismos. Este interés ético en el derecho de propiedad tiene raíces patrimonialistas que no están separadas de los intereses sociales, y que no puede reducirse a un interés de clase, aunque de hecho beneficie a la clase de los más sanos o los más ricos (obviamente esta cuestión es totalmente independiente de si existe explotación o algún tipo de codependencia que haga a unos más ricos que a otros; pero los redistribucionistas apoyan estas expropiaciones sin importarles nada cuál es la causa de dicha desigualdad)
El Monedero se interrumpe en este punto, y dice: “apunten esto: allí nace el neoliberalismo”. No podía faltar. Es gracioso que afirme algo así, porque si lo da por cierto entonces el neoliberalismo nació con John Locke.
(Luego se desbanda más de diez minutos y cuenta un montón de cuentitos estúpidos bien propios del kindergarten en que se han transformado las universidades públicas bajo los gobiernos izquierdistas… así que no vale la pena perder el tiempo prestando atención a lo que el Monedero opina sobre lo malo que es el “mercado de trabajo”, o sobre cómo es llamado “gobernabilidad” al dominio del “neoliberalismo”, como si la existencia de legitimidad no tuviera nada que ver con la ausencia de conflictos; como si los socialistas no buscaran gobernabilidad y pueblos maleables: su hipócrita defensa de la ingobernabilidad, de cómo él quiere que los gobiernos tengan dificultades para gobernar a sus pueblos, es un chiste viniendo de alguien que los fusila en las calles en Venezuela o los tiene acuartelados y militarizados como en Cuba).

[1:15:00] Las revoluciones con las que Monedero se identifica no han hecho otra cosa que suprimir derechos, en especial los civiles, pero también los políticos (no los “sociales”, claro está). Por lo general, las revoluciones que realmente aumentaron el margen de las libertades y derechos frente al Estado fueron aquellas que restringieron la esfera de acción estatal, esfera que revolucionariamente estaba avanzando sobre la esfera civil. Se podría objetar que en las revoluciones liberales, muchos derechos de propiedad fueron creados cuando el Estado intervino para autonomizar a unos individuos de otros, privando a las comunidades de las relaciones no contractuales de las cuales dependía su subsistencia. O sea: el Estado, incluso cuando intervino como gendarme sólo para defender al individuo, lo hizo invadiendo espacios comunitarios que eran previos el Estado y que los individuos a veces -e incluso usualmente- deseaban. Sin embargo esta intervención liberal revolucionaria no se hizo contra los individuos, sino para crearlos; logró quizá que el Estado fuera necesario, pero su fin no era tomar el lugar de los individuos sino el lugar de los cuerpos sociales intermedios en los cuáles estos no vivían como tales.[8]En todo lo demás, la idea de derechos frente al poder ha llevado a acciones políticas violentas que han sido más bien contrarrevoluciones y no revoluciones.[9]No han sido producto de tomas del poder sino de enfrentamientos para alejar de sí al poder en vez de intentar utilizarlo en beneficio propio. Los únicos derechos que han requerido un aumento del poder estatal y por ende una necesidad compulsiva de su conquista republicana, han sido los “sociales” que defiende el Monedero. Y por eso mismo los derechos liberales han podido convivir más fácilmente con monarquías constitucionales que lo que lo han podido hacer los derechos “socialistas” (si tal cosa puede existir) con cualquier institución monárquica. Los derechos civiles burgueses incluso en su carácter abstracto se han desarrollado como generalizaciones de los derechos feudales y/o los privilegios aristocráticos frente al poder, y no como producto de la expropiación de aquellos (la eliminación de los viejos derechos no fue necesaria para su "redistribución" sino, por el contrario, para su "individualización": para incorporarlos y forzarlos a depender del mercado), cosa que ha notado con mucha claridad Bertrand de Jouvenel en su obra sobre el poder:

[1:15:30] El Mayo Francés: feo ejemplo de Monedero. El Mayo Francés logró cosas, entre otras: el apoyo a la Revolución Cultural genocida de las obedientes juventudes maoístas, a las dictaduras marxistas-leninistas africanas anticoloniales, el apoyo “pacifista” (nada pacífico) a la dictadura de Vietnam del Norte, con una base social hipócrita y egoísta formada por individuos cuyo verdadero interés era no hacer el servicio militar obligatorio. El Mayo Francés llevará al perfeccionamiento del liberalismo sexual burgués en su forma de emancipación laboral de la mujer atomizada del núcleo familiar, cuando no al paroxismo del feminismo izquierdista e igualitarista, al caos moral y relativismo cultural que, paradójicamente, el propio chavismo critica como parte del imperialismo yanqui.

[1:16:25] ¡Adhiero con el Monedero! Camino de servidumbre de Friedrich Hayek es un libro obligatorio, sin duda alguna (debería proponerle a alguno de sus amigos ministros en el gobierno bolivariano que lo impriman gratuitamente). Y dice el Monedero: “es un libro donde dice textualmente que el Estado social es igual que Hitler”. Este es el nivel de falsificación de la realidad del cual siguen dependiendo los izquierdistas, y que en el caso de Hayek es casi ya una fobia endémica, cosa que pudimos ver en el artículo anterior. No es siquiera necesario aclarar que lo que dice el Monedero, ya bastante escaso de monedas, es absolutamente falso. Lo que Hayek sí dice, es que el socialismo implica, hace posible y a la larga requiere al totalitarismo. Repito: el socialismo, no algo de “welfare state”.
Y por supuesto tiene que agregar al Karl Popper de La sociedad abierta y sus enemigos, otra bestia negra del marxismo latinoamericano. Según él, Popper critica a Platón y a Rousseau. De hecho, su crítica es a Platón, Hegel y Marx, no a Rousseau. Y su crítica al carácter totalitario de los mismos no tiene nada que ver con la cuestión de los derechos sociales (¿derechos sociales en Platón?) sino su visión cerrada de la sociedad y el carácter autoritario de sus sistemas de pensamiento (que Popper confunde con totalitario). Como sea: en el caso de Popper queda todavía más claro que las palabras de Monedero son absolutamente falsas, porque Popper hizo siempre una férrea defensa de los derechos sociales por ser vitales garantías para los derechos individuales que posibilitan el pluralismo social, económico y político, y él mismo es una de las fuentes ideológicas del socioliberalismo (ver Entre el liberalismo y la socialdemocracia de Ángeles Perona).
Hayek, al igual que Friedman, podría ser considerado un poco más “neoliberal” en los términos monederianos, y nada más. Ahora bien, su defensa de las libertades negativas frente a las libertades positivas (o, mejor dicho, frente a las libertades positivas garantizadas a costa de las libertades negativas) es por lejos menor que las de los liberales burgueses del siglo XVIII y el siglo XIX que, abanderados con la Revolución Gloriosa de Inglaterra y la Bill of Rights americana, defendían a ultranza el liberalismo económico frente a las regulaciones, redistribuciones e intervenciones en el continente europeo que tomarían sus formas más extremas con los jacobinos franceses, el bonapartismo, las reformas de Bismarck y las de tantos otros gobiernos que no se convirtieron en repúblicas sino hasta el siglo XX (conversión violenta que les llevaría por el mal camino francés hasta que terminaran varados en la noche totalitaria del bolchevismo y el fascismo).

[1:17:30] Impresionante. El Monedero dice esto textualmente: “El liberalismo y las libertades negativas coinciden con el estado mínimo. Fíjense qué diferencia con lo que están viviendo ustedes ahora mismo en Venezuela: un Estado constantemente interviniendo en muchos ámbitos. Me atrevería a decir: en demasiados ámbitos. Pero, claro, el Estado en Venezuela va a tener que intervenir en muchos ámbitos hasta que ustedes como sociedad civil no se encarguen de asumir esa propia responsabilidad”. O sea: la “responsabilidad” de la sociedad civil de intervenir sobre sí misma (mientras tanto seremos nosotros los que lo haremos por ustedes, para salvarlos de sus elementos burgueses). Lo gracioso de que Monedero haga este razonamiento es que no se de cuenta que para que la sociedad civil haga tal cosa ¡debe antes dejar de ser sociedad civil! ¿Qué clase de marxista es Monedero que no se da cuenta que está reconociendo que tal intervencionismo estatal es ya el comunismo, y que lo único que lo diferenciaría del intervencionismo de su etapa superior es que en la última no estaría el Estado para hacerla en nombre del pueblo? Sobre este tema voy a citar lo que dije a pie de página en el artículo anterior:

[1:18:07] Aquí agrega un par de tonterías. Dice que el liberalismo lucha contra la monarquía absoluta y pone en marcha los derechos civiles y políticos, mientras que el neoliberalismo lucha contra la intervención del Estado en la economía, y que “por eso es tan malvado” (literal, dice eso). ¿Los liberales originales no defendían la libertad económica contra la intervención del Estado? Suponemos entonces que hemos alucinado a Quesnay, a Turgot, a Cantillon, a Petty, a Smith, a Ferguson, a Hume, a Ricardo, a Mill, a Say, a Bastiat y a un casi interminable etcétera. Acababa de decir antes que los derechos civiles eran burgueses (o sea, mercantiles) y que el principal era el de propiedad. Todos estos derechos juntos forman el de propiedad (en Locke son una suerte de trinidad: “life, liberty and estates”), han sido defendidos por los liberales contra la intervención de todo Estado, en lo social y lo económico. Contra el absolutismo monárquico pero también contra el republicano, sea tal absolutismo pretendidamente democrático o no.

[1:22:00] ¿Qué tiene que ver la débil industrialización con que la burguesía pida ayuda al ejército para no ser expropiada? En general, la oficialidad de los ejércitos no ha sido de la alta burguesía sino con suerte de las capas medias de las sociedades latinoamericanas (especialmente en los ejemplos que cita: Chile y Argentina), y sin embargo aun así eso no obstó para que estos dieran golpes en los cuales éstos se volvieron muy importantes para el mantenimiento del orden (“orden de dominación”, dice Monedero, como si hubiera otro tipo de orden estatal, y como si esta dominación tuviera como supuesto enemigo de los intereses al “pueblo”; a su vez como si las clases medias y altas no formaran parte del mismo). Y es más que interesante que reconozca que los ejércitos sólo han actuado como fracción de la república que se apodera del todo político esencialmente en caso de intentos guerrilleros de derrocarlos.

[1:25:00] Sobre las interpretaciones tercermundistas sobre el imperialismo yanqui, nada mejor que leer dos libros de un venezolano odiado aun hoy por el populismo izquierdista, Carlos Rangel: Del buen salvaje al buen revolucionario y El tercermundismo.

[1:27:00] Aquí habla de las lecturas superficiales del marxismo de los marxistas ortodoxos, a diferencia de la suya propia y de la de Chávez, que sería una lectura heterodoxa y profunda. Ya la explicación del feudalismo y el capitalismo y su comparación histórica (equivocada ya en Marx pero al menos en aquel autor con mucha mayor complejidad) se vuelve de manual y refuerza la falsificación de la historia que requiere para subsistir como racionalización ideológica en el mundo académico. En cualquier caso vale comentar que aquí Monedero desmiente sin quererlo a Borón, y deja más claro que el estudio de Marx, por una cuestión casi de necesidad analítica respecto a la naturaleza económica de la infraestructura capitalista, terminó concentrándose en la sociedad civil, en el mercado, y no en el Estado y el poder (cosa que de por sí debería ser curiosa tanto a Borón como a los marxistas ortodoxos y hasta al propio Marx si viviera, sobre el uso del término “infraestructura económica” en sociedades donde casi no tendría sentido utilizarlo).

[1:30:00] Usar un panfleto como el Manifiestocomo forma de explicar el modelo marxiano, donde incluso contradice sus propias posiciones contemporáneas, es típico de quien interpreta la evolución del pensamiento político de Marx desde el Manifiesto, y no desde sus verdaderas raíces, que se encuentran en Sobre la cuestión judía, como ya mencionamos en este artículo y en el anterior. De hecho, la emancipación del Estado respecto de las clases ya aparece allí, y todavía con más profundidad que en obras posteriores. En las posteriores la autonomía del Estado se debe a nexos con la sociedad civil y por ende remiten finalmente a la “base económica”. Para una evolución detallada y bien analizada de su visión del Estado, remitimos nuevamente a Marx y la Revolución Francesa, que no sólo está en las antípodas ideológicas de nuestro Monedero, sino también en las intelectuales, por lejos.

[1:33:00] Analicemos las preguntas que está contestando Monedero, aunque no las formule. Si lo hiciera podría invitar a pensar en respuesta alternativas. ¿El Estado venezolano protege hoy la propiedad privada y el capitalismo? Sí, aunque mucho menos. ¿El Estado es un instrumento de clase por proteger las condiciones legales que hacen posible su existencia? No. El Estado venezolano es un instrumento del régimen chavista y de su estructura político-partidaria, y si protege la propiedad privada en límites cada vez más cercenados, es por la misma razón que lo podía haber hecho Lenin durante la NEP.

[1:34:00] Que el marxismo no hiciera teoría del Estado en la época de Stalin es un disparate. La teoría del Estado marxista era totalmente funcional al régimen estalinista, así como al castrista y a todos los demás. Si lo que hacía Stalin no tenía nada que ver con el socialismo ni con la izquierda ¿por qué no tenía nada que ver? ¿Cómo fue posible que no tuviera nada que ver? ¿En qué fue diferente, en este aspecto, el régimen de Stalin en comparación con el de Mao, o el de Castro y Guevara?

[1:35:00] Que el Estado salga a proteger a una empresa si Monedero se pone un pasamontañas para salir a robar una empresa privada, no significa que el Estado esté al servicio de dicha empresa, o que ésta tenga algún poder sobre el Estado para poder lograr ser protegida, sino que el Estado monopoliza la violencia y, por tanto, si alguien va a asaltar dicha empresa sólo podrá ser dicho Estado o algún grupo con su anuencia. Por ahora la existencia de dicha empresa es aceptada legalmente por el Estado bolivariano, y por tanto la debe defender frente a las agresiones. Un Estado no puede permitir la existencia de una empresa privada y luego privarla de defensa ante un ataque. No tiene sentido afirmar que un Estado es burgués porque los burgueses son defendidos si los atacan, ya que si existen es porque éste acepta su existencia y debe protegerla. Tendría tanto sentido como decir que un Estado es campesino o indígena (o que estos “sectores sociales” tienen un poder de clase sobre el Estado) porque la policía saldría a defender a los campesinos o a los indígenas de un grupo de asaltantes.
Ya es de por sí un contrasentido la forma usual marxista de probar que el Estado (e incluso la ley) está al servicio de una clase sólo porque dicha ley hace posible la existencia de la misma. Este malabar conceptual tiene más uso retórico y propagandístico que lógico o académico. Pero la reducción bizarra que hace Monedero de esta misma petición de principio, lo lleva a transformar cualquier acción política y ordenamiento legislativo en una correspondencia automática con las correlaciones de fuerza dentro de la sociedad civil ¡como si las victorias y derrotas de estas correlaciones de fuerzas no se dieran precisamente fuera y no dentro de la sociedad civil, o sea, en el Estado mismo!
Se pregunta el Monedero por qué no va más lejos la revolución bolivariana. ¿Acaso será por falta de voluntad del gobierno? Y allí no sabe cómo sostener el argumento y nos dice que no hay un equilibro entre la correlación de fuerzas dentro del país y la correlación de fuerzas internacionales. Un eufemismo para decir que se quedarían aun con menos inversiones si toman más medidas socializantes. La realidad es que no se trata de ningún condicionamiento de fuerzas sociales dentro del Estado, sino de una decisión táctico-política para no terminar gobernando sobre un basurero en ruinas como le sucede a los Castro. Si la burguesía como clase operara tan conspirativamente como afirmaba al principio, entonces hace rato se hubieran quedado con ninguna inversión. Es gracioso ver, por ejemplo, a apologetas de Corea del Norte como Cao de Benós quejarse de que los bloqueos económicos norteamericanos serían maniobras de los gobiernos capitalistas al servicio de sus burguesías, y al mismo tiempo quejarse de que estos bloqueos impiden a grandes empresas capitalistas norteamericanas, con las que ellos mismos ya han tenido tratos, que puedan invertir en su dictadura totalitaria. Lo mismo sucede con las quejas contra el embargo cubano que no es más que el gobierno norteamericano imponiendo a los burgueses norteamericanos que no puedan invertir en Cuba (si acaso se pretende afirmar que se trata de una minoría de empresarios y la mayoría es parte de la acción anticomunista, entonces bastaría al cartel de estos últimos boicotear internamente a las empresas que quisieran ganar dinero produciendo mejores bienes para los dictadores comunistas).
Justo la parte más sencilla, más maquiavélica, más directa del asunto, es la que nuestro Monedero intenta ocultar tras un manto de supuesta confusión.

[1:36:30] Haremos una vez más una referencia a un libro imprescindible sobre esta cuestión de la teoría del Estado y las coherencias e incoherencias posibles desde cualquier visión marxista, que también ya hicimos en el artículo anterior: La teoría comunista del derecho y del Estado de Hans Kelsen, que seguirá superando por lejos cualquier teoría relacional de Jessop o cualquier cosa parecida que pretenda ver al Estado como reflejo de nada, y que intente salvar las insalvables contradicciones de la concepción marxiana del Estado:
http://www.questia.com/library/614802/the-communist-theory-of-law

[1:38:30] Monedero: “Si de repente ustedes la correlación entre ustedes fuera 65-35, como parece que serán las elecciones, fuera una relación 80-20, entonces aquí se podría ir más rápido en muchas cosas”. ¿Qué tiene que ver esto con una relación social? ¿Acaso las proporciones variables de apoyo político o incluso ideológico es un factor que, con independencia de la clase social, determina las decisiones del poder político en una proporción igual? Es un disparate. O sea, y yendo ahora un poco para atrás, hacia la tesis doctoral del Monedero, cuando nos decía que el gobierno comunista de Alemania Oriental no se había enterado que el pueblo quería escaparse ¿dónde quedó la correlación de fuerzas? ¿Qué correlación de fuerzas explica la existencia de un país proletarizado en el que los propios proletarios no tienen ningún peso, al punto de que ni siquiera son escuchados por el gobierno que vela por ellos, construyéndoles un muro cuando estos quieren salir a pasear?

[1:43:00] Aquí varios minutos de sonseras que se pueden escuchar en cualquier clase universitaria promedio. Todos los prejuicios y bizarreadas del izquierdismo postmoderno sobre el deber de “desnaturalizar” las desigualdades, o sólo algunas, claro está, las que reflejan “la opresión”… de la culpa cristiana, de las razas blancas, del género masculino, etc., con unos chistes aburridísimos que ya preludian lo mejor que puede dar la corrección política tercermundista en estos menesteres.

[1:50:00] Tantos las teorías del despegue económico como sus opuestas acerca de que el crecimiento económico occidental es el decrecimiento económico latinoamericano, no tienen origen latinoamericano. No son una rebelión contra el lenguaje impuesto por los imperialistas, sino que viene directamente de las grandes factorías intelectuales y editoriales de Europa, que retransmitían la interpretación leninista y que fue utilizada en África y América Latina para culpar de las propias miserias a las explotaciones ajenas. Quienes no han caído en la trampa de Monedero, fueron los que progresaron y siguen progresando hoy día incorporándose al primer mundo: Chile, Singapur, Hong Kong, Nueva Zelanda, Sudáfrica y hasta la pobre India.

[1:55:00] Aquí volvemos a lo que ya habíamos visto con Borón: el ataque a la posición pluralista de Dahl, o sea, que el Estado refleja la pluralidad social. El profe ya aclara: “mentira cochina, mentira”. No vale la pena repetir aquí lo que objetamos antes, pero sí resumir lo que quiere que creamos Monedero y que distingue a este “intelectual” de su colega argentino: 1) en los estados no revolucionarios los gobiernos son instrumentos de clase (de una, sea lo que sea lo que esto significa) y nada más, sin más complejidades (volvemos a la tesis que el Monedero nos dijo debíamos rechazar del mismo Manifiesto). Ergo, el Estado no es neutral en lo absoluto. 2) En los estados con procesos revolucionarios, en cambio, el Estado, seguiría siendo no neutral, pero sería lo más parecido al Estado neutral, porque reflejaría a los actores sociales en pugna cambiando su composición de clase (no sabemos bien qué cosa quiere decir con esto de cambiar su composición de clase, y si acaso dicha composición es lo que explicaría, a lo Wright Mills, la participación de los intereses de clase en el Estado).

[1:59:00] Finalmente nos habla de un texto de su propia autoría, explicando por qué el Estado no responde a los intereses únicamente de la clase dominante (interesante que hasta el momento no explicara en qué consiste dicha dominación… ¿será económica en sentido marxista acaso? ¿y a quienes incluye u excluye?). El Estado, parece ser, debe responder a los poderes fácticos (que parece no serían clases dominantes a pesar de ello). Debe “escuchar” al Ejército, a la banca (¿está fuera o dentro de la clase dominante?), a mafias, a paramilitares, a ejércitos invasores, a la Constitución, a las leyes vigentes nacionales e internacionales, a sus propias burocracias, a los intereses particulares organizados (¿están fuera o dentro de la clase dominante?), a la ciudadanía organizada[10](que reclama “cuestiones de interés general” como si fueran la “voluntad general” de Rousseau, o al menos adivinos del óptimo de Pareto), a las expresiones territoriales, a referentes morales (religiosos, científicos, etc.), a sus funcionarios, a los sindicatos, a los partidos, y a sus propios gobernantes, etc. etc. Ahora bien: si el Estado es un instrumento de la clase dominante ¿no podría ser ésta la clase que escucha a todos estos factores fácticos y luego toma sus decisiones? ¿Por qué ahora limitar su propia tesis y llevarla a un callejón sin salida?

[2:04:00] Para terminar de complicar la ensalada que hizo, aclara el Monedero que el aparato estatal no es el aparato coercitivo, sino también el “aparato constructor de hegemonía”, tomando en esto a Gramsci. Al poner al carácter sistémico del Estado en el lugar de la sociedad civil (el “Estado” sería también la escuela, la familia, la televisión, los comics, etc.) implica que ésta pueda tener en cuanta elementos globales y políticos. Lo que hace, en realidad, es ofrecer una versión politizada de la sociedad civil (contradiciendo la tesis marxiana de cabo a rabo), como si la sociedad civil, con sus actores independientes donde los intereses comunes no se pueden cohesionar, pudiera tomar este papel de representante global de la sociedad. Esta versión politizada (expresa o no, disfrazándola de marxismo o contradiciendo su propaganda) es el primer paso para que cualquier batalla ideológica que parta de esta presunción sea a su vez totalitaria y omniabarcativa. Obliga a los militantes a controlar y subordinar no sólo el Estado y el mercado al Partido, sino también los elementos culturales internos que se mueven y operan en todas las instituciones, aun e incluso cuando su naturaleza no fuera mercantil (y especialmente en dicho caso). Monedero termina afirmándolo con toda claridad: “el Estado no es sólo coerción, también son las iglesias, las escuelas, las universidades, los medios de comunicación; por tanto cuando tu piensas transformar el Estado no tienes que transformar solamente el ministerio de Educación, tienes que transformar también los medios de comunicación, tienes que transformar las escuelas, tienes que transformar los comics, el tipo de cine que se hace, el rap (¿?), tienes… que transformarlo… absolutamente… todo”.[11]Ahora bien, se suponía que los intereses generales estatales eran representaciones superestructurales que interactuaban con los mil y un elementos de la sociedad civil. Ahora vemos que los elementos de la sociedad civil ya no son partes libres que espontáneamente reflejan y posibilitan relaciones de explotación, sino que son a su vez representaciones de sí misma como un todo colectivo; un todo colectivo hecho de partes que ya no serían entonces civiles sino políticas a su vez, con lo cual absolutamente todo sería político y las palabras civil y económico carecerían de sentido. El pensamiento totalitario (y uso estas palabras en su sentido más preciso) termina exactamente en este punto: haciendo de su propia finalidad, que es absorber la sociedad civil por la sociedad política, la burocracia por la ideología, etc., el prisma con el que observa la misma realidad que combate: la sociedad civil burguesa se aparece ahora como una suma política de agentes culturales de la burguesía. Las burocracias burguesas y hasta los mismos individuos de la sociedad burguesa se perciben deformados como una suma ideológica de militantes políticos de la burguesía. Allí el pensamiento ideológico (ahora utilizando los términos de Minogue) llega a su estadio terminal, a su lugar de llegada inevitable en el proceso carcinogénico que éste mismo desencadena y que realimenta en la psicología de los progresistas sociales. Los conflictos que el ingeniero social tiene con la cultura anterior y frente a la cual adopta la solución autoritaria de politizar el cambio cultural (véase: fabricarlo coercitivamente y desde arriba) terminan oscureciendo incluso la misma realidad no-política que tenían antes de que él llegara a escena. Ahora es el propio ingeniero social el que ve dentro de la sociedad una suerte de microingeniería social reaccionaria desde abajo, a la que debe combatir con sus propios agentes.

[2:05:00] Aquí empiezan los caballitos de batalla y las consignas breves, mentirosas y sin fundamentar: “La globalización significa que se ha acabado el Estado de Derecho. Han ganado los neoliberales, creando un Estado al servicio de sus intereses” (o sea: un Estado que protege los derechos de propiedad en vez de violarlos, es para él el fin del Estado de Derecho).
Sin palabras. Sigamos adelante. Monedero miente cuando dice que las empresas estatales funcionan igual de bien que las privadas. Las privadas funcionan mejor precisamente porque buscan capitalizarse ya que dependen de sus clientes y no de los impuestos. Es gracioso que diga que que quiere complejizar en vez de simplificar, cuando todo su maniqueísmo antiliberal ridículo pretende que no hubo economistas que explicaron mucho mejor que los marxistas la crisis económica, ya que estos últimos vivieron afirmando cada año que una crisis acabaría con el capitalismo al año siguiente.
La libertad económica no es parte del derecho de ciudadanía, aunque es condición de la misma, y esa libertad no es separable de la vida mercantil: o sea, de ser mutuamente proveedores y clientes. El ciudadano es la contracara del burgués, habría dicho Marx, pero el neojacobinismo ignorante de nuestro profesor pretende volver a transformar a los habitantes en políticos imaginarios –o sea, en ciudadanos– y combatir a la vez las condiciones de existencia que hacen necesaria esa forma de participación en los intereses comunes.
En su degradación del lenguaje político, Monedero termina por confundir completamente a su público: afirma que el fascismo sigue existiendo como “fascismo social” (sic) porque hay exclusión o empobrecimiento. Sobra explicar que el fascismo fue un Estado asistencialista y por eso la mayoría de los marxistas afirmaron que fue un medio burgués de sobornar a los obreros para que no aniquilen a la clase media y alta. Lo que importa es que el fascismo (incluyendo en esta tipología al nazismo) fue también una forma de organizar la sociedad, y en ese sentido el fascismo ya era social.
Finalmente, ya habiéndose escapado completamente de la teoría del Estado, repite el más tosco y primitivo mantra comunista: “ustedes tienen que dinamitar la idea de que los intereses privados benefician al conjunto”. Ninguno de ellos debe sobrevivir, ni los privados de los empresarios, ni de los de nadie. Habla en general. El conjunto ya no tiene intereses privados que puedan realizarse, salvo pasando a ser parte de una burguesía individualista enemiga del pueblo colectivizado (tapando el hecho de que las burguesías, si se incluye hasta las pequeñas, suman a la mayoría de la población). Nada nuevo, otra vez.

[2:11:50] Sobre las retóricas de la intransigencia que denunciara Hirschman ¿acaso se confundieron? ¿Acaso estaban tan erradas? ¿Dónde terminó el proyecto social del Terror de la Revolución Francesa (que no fue el burgués, ciertamente)? ¿Dónde terminó la extensión del sufragio entendida como forma de organización político-popular de la vida social y no como control limitador del Estado para que no se autonomice de la sociedad civil? (que es algo que promovió la burguesía, y que ahora en realidad combaten solapadamente estos mismos ex comunistas ya que su fin no es otro que eliminar la capacidad del sufragio de hacer un censo de las opiniones políticas dispares). ¿Dónde terminó el “Estado social” soviético, nazi e incluso el democrático en Estados Unidos y Europa? No se puede. Y donde acaso se puede, la cosa empeora. O sea: no se puede (por mucho que sea el número 2 de un partido que por su nombre parece haber descubierto la ayuda de algún nuevo viagra ideológico). Nunca pudieron mejorar nada. Sólo demostraron haber empeorado las cosas, como pretende negar el Monedero: los socialdemócratas aplacaron la economía de Europa Occidental y los comunistas arrasaron con cualquier economía posible en Europa Oriental. Los liberales, neoliberales, o como se los quiera llamar, no se equivocaron un ápice. Las retóricas de la intransigencia que se equivocaron son las suyas, las de propio Monedero, que dijeron que con el liberalismo no se podía, que no se pudo, que no se puede… y resulta que se está pudiendo todos los días. Todavía más, pretendiendo hacer oídos sordos al desarrollo económico mundial, siguen insistiendo, que con el capitalismo terminaríamos en la pauperización creciente. Y aquí estamos: el mundo tiene los menores índices de pobreza de toda su historia, y los países más liberales/neoliberales son los primeros en ese descenso:
Antes de “dinamitar argumentos”, antes de militar en vez de dialogar, deberían los antiliberales y anticapitalistas que se tragaron todo este discurso, estar bien seguros de que ahora sí tienen la razón; de que no son sus argumentos los que ellos mismos deberían, no digamos dinamitar, pero sí poner en remojo. Pero al trabajo de Agitprop de los Monederos, esto no le importa: sus agentes de cambio no trabajan para mejorar el mundo, sino para controlarlo, para hacerlo a su imagen y semejanza. Los videos de las clases de Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias, los dos cizañeros y perversitos “cerebros” de Podemos, son muy interesantes para entender esto: sus clases son propaganda sobre cómo mentir durante el trabajo de agitación. Explican, por ejemplo, cómo se debe utilizar en un debate la apariencia de objetividad profesional y ética discursiva de forma de reforzar el más arrogante e intolerante de los diálogos; tambien enseñan cómo jugar a esconder tras un manto de imparcial seriedad la necesidad fanática de eliminar a todos los adversarios políticos. En fin, en sus clases de adoctrinamiento ideológico se puede aprender cómo ser un terrorista comunicacional con los civilizados cánones del enemigo, pero casi nada más. Independientemente de que escuchándolos uno no sabe si se está siendo víctima de la misma manipulación, tampoco uno sabe bien, a esta altura, dónde termina la agitación y dónde comienza la propaganda. Está claro que son clases sobre cómo convertirse en un manipulador mediático al servicio de una ideología, pero nunca termina de ser evidente la topografía de ese paisaje ideológico al que se está llevando al público manipulado. ¿Será acaso el amorfo cascarón vacío del socialismo del siglo XXI? Nos parece que este es el principal problema de este doctrinarismo gramsciano sin marxismo. En el neojacobinismo leninista-populista español de "Podemos", la propaganda se reduce, en última instancia, a saber cómo hacer agitación, y la agitación se reduce a llevar al público a terminar viendo finalmente esa misma propaganda. 
El mundo se ha vuelto más tonto de lo que esperábamos si algo así basta para convertirlo en militante. Es interesante observar que su discurso pretende ser novedoso, como si los dirigentes marxistas-leninistas exportados por la URSS no hubieran hecho lo mismo durante toda su vida. Pero en aquel caso tenían el material marxista oficial para los siguientes pasos. Hasta donde sabemos, ellos no. La vieja fórmula era más coherente:

[2:12:30] Haciendo tesis intelectualoides sobre un “nuevo Estado” y sobre reciclar soviets para que las personas se manipulen totalitariamente al servicio de una ideología implantada en el poder estatal, no se va a lograr absolutamente nada salvo llevar a Venezuela a un experimento social que se sabe destinado a fallar, y que no tiene otro fin que establecer una dictadura permanente en coordinación con un castrismo moribundo que ya estaría muerto si no fuera por la estupidez militante de la intelligentsia occidental.
Como dijimos recién, Monedero habla de complejizar, pero lo único que hace es utilizar mil y un formas complejas e incompatibles de argumentos fraccionados. Su fin es resucitar un discurso que sigue siendo y seguirá siendo inevitablemente simple y elemental: abolición de la propiedad.

Y aquí todo termina: otra versión del marxismo barato, ecléctico y desalineado, que por esto mismo puede tener oportunidades de prosperar en un mundo que se le parece en su antiderechismo, pero que sólo tiene lugar para ellos donde se puedan llenar aulas con desocupados, con productos del fracaso de políticas intervencionistas. Pero llegaron tarde, aunque quieran apurar las cosas. Su revolución social, cultural y económica plebeya ya no está en manos de burócratas, intelectuales, profesores, artistas contraculturales y militantes de partido, sino en manos de los mercaderes: emprendedores, transgresores, artistas aculturales, técnicos, publicistas, genios del marketing. El futuro no estará ya más en comités de salvación pública ni en juntas de planificación económica. 
Preguntan: ¿no podemos? Claro que pueden: hacer el ridículo.
Venezuela, Argentina… ahora tal vez España. El mundo necesita el espectáculo de países títeres, tanto de la legitimación del régimen cubano como de la geopolítica rusa. Sus estudiantes más solidarios y comprometidos necesitan ver cómo otros intentan reconstruir el paraíso soviético en cualquier país resentido con el liberalismo, real o imaginario. Y si no funciona, buscarán otra película. Le Monde Diplomatique buscará otros intelectuales. Para los venezolanos, en cambio, no hay muchas opciones: Monedero es su mejor oferta.










[1] Los leninistas en cuanto tienen que edificar poder se sacan de la cabeza todo el deconstruccionismo relativista con el que descuartizaron la autoridad en las sociedades a revolucionar, y crean en las sociedades construidas revolucionariamente, autoridades cada vez más severas (y arbitrarias) ya que esta es la forma más eficiente para conducir a las masas contra las autoridades enemigas (no se debe confiar demasiado en su espontaneidad salvo a la hora de incendiar y linchar). En nombre de combatir el autoritarismo intelectual, los agentes de cambio hacen pasar a las sociedades enemigas por el anárquico igualitarismo intelectual, luego por el democratismo intelectual, y terminan en el despotismo intelectual para organizar lo que ellos mismos han construido, antes de que todo termine en ruinas por su culpa (es gracioso, por ejemplo, ver a Pablo Iglesias quejarse del poder del lumpenproletariado inferior socialmente disolvente y anómico: http://www.youtube.com/watch?v=N0M07PXNJko¡cuando fueron sus propios amigos gramscianos quienes lo promovieron como disolvente social funcional a los propósitos de la izquierda revolucionaria en la transición del franquismo a la monarquía constitucional en España!).

[2] La cuestión es que en las sociedades socialistas los individuos se encuentran igualmente que en las sociedades capitalistas, separados unos de otros, y los comportamientos hobbesianos (que en interacción mutua pueden ser predictibles mediante la teoría de juegos) se repetirán de la misma forma y con un carácter de aun mayor gravedad, ya que, precisamente, lo que es de todos no es de nadie (si fuera de alguien sería, precisamente, particular y privado), y en una sociedad en la que, en nombre de lo colectivo, las personas se ven totalmente frustradas en su necesidad de poseer algo en forma privada, su tendencia será a considerar lo público (ahora colectivo y ocupando todo) como lo que es, o sea, lo enemigo de lo propio. En una sociedad mercantil (excluyendo la intervención de cualquier moral heredada y exógena a la misma) este egoísmo irrestricto sólo tiende a aparecer entre los marginales económicos y quienes están estancados en la pobreza, mientras que quienes más tienen (y siempre y cuando lo tengan durante un par de generaciones) tenderán a considerar lo público con más consideración y no intentarán apropiárselo en forma privada, de la misma forma que no querrán hacerlo con propiedades privadas ajenas. Pero esto no cambia el hecho de que la propiedad pública no es un espacio comunitario, sino lo que se construye en ausencia del mismo en un universo social en el que los individuos no tienen lazos afectivos de mutua dependencia. Y esto es precisamente lo que no cambia en las sociedades socialistas. Incluso cuando están entrampados y mutuamente interconectados en la jaula de hierro extendida del socialismo, los individuos se aparecen entre sí como entes impersonales, reemplazables mutuamente en su cargo, dentro de una estructura burocrática y vertical basada en autoridades públicas (o una estructura ideológica e igualmente vertical, basada en autoridades partidarias). Así como lo privado al aburguesarse (al individualizarse) imposibilita cualquier forma compleja de relaciones mutuas salvo las contractuales y asociables igualitariamente (que se viven necesariamente en un espacio público mercantilizado), de la misma forma lo común al colectivizarse queda desprendido de las personas particulares (queda en manos del Estado: desde parques y calles hasta policías y políticos). Y si lo público, como pretenden los socialistas, intenta ser absorbido por lo colectivo, entonces lo privado también desaparecerá, pero no así el individuo particular que siempre permanecerá privado de ser cualquiera de lo demás (y absolutamente aislado de éstos salvo por la abstracción genérica de la clase encarnada en el Partido). Luego nada cambiará sino que se agravará: la unidad social se impondrá mediante la represión de aquellos espacios privados burgueses que naturalmente fuerzan al egoísmo, y cuya represión implica que el individuo por razones egoístas (el miedo el castigo) apele a un altruismo simulado y compulsivo, cuando no fanático, a contrapelo del aislamiento individual en la economía socialista cuyo armazón coercitivo es lo único que vincula su altruismo con el ajeno: una sociedad donde todos cooperan a punta de fusil y en la que la defección da beneficios, no es el mejor lugar para alimentar sentimientos de afecto recíproco hacia el otro. La pulverización social moderna que separó lo privado de lo común (convirtiendo a este último en social-público y en político-estatal) persistirá, pero esta vez la atomización será anulada artificialmente, intentando crear un espíritu común despersonalizado con un ente colectivo abstracto. Esto es el común-ismo. Como ese ente colectivo abstracto no puede ser sino ajeno a los individuos, convertidos ya en meros representantes genéricos de sí mismos, la imposición de un interés común con esta colectividad no puede ser sino coercitiva. Mientras dicha coerción no esté internalizada, una elite revolucionaria se encargará de construirla en forma militar, o sea: la primera etapa del comunismo, que por más promesas leninistas que se hagan, requerirá del Estado (o, mejor dicho, de un Estado arbitrario bajo una legitimación no legal sino ideológica, esto es: de un Estado no estatal, de un Estado subordinado a un Partido). La esperanza enfermiza que los revolucionarios  depositan en esta coerción, es que todos logren internalizar la coerción pasando a ser ese ente monstruoso y opresivo que reemplazará al Estado, convirtiéndose ellos mismos en la armazón represivo del Partido, que así ya no requería de las obsoletas funciones estatales para sobrevivir. No se trata ya de que el pueblo deje de ser pueblo para pasar a ser masa, sino que incluso deje de ser masa para convertirse en organización, en las propias reinas plebeyas del hormiguero, y a su vez en los policías de una biología (de manadas familiares) que jamás les responderá adecuadamente. Que  la función de una comuna de poder popular ya no sea sólo la delación y la expoliación de la vida privada por parte de una chusma, sino todas las funciones coercitivas e ideológicas, o sea: la etapa superior del comunismo, que también por más promesas leninistas que se realicen sólo pueden llevar a un genocidio camboyano a manos de una dirigencia de fanáticos. Cuanto más no sea porque no hay forma de organizar directamente toda una economía compleja de esta forma (cosa que Lenin descubrió bien pronto, pero que Guevara y Mao no se resignaron a aceptar).
Como el socialismo/comunismo sólo permanece atorado en la primera etapa (en parte por esto mismo) es que podemos contemplar cómo el egoísmo hobbesiano y hasta el salvajismo tribal emergente es lo que quedó del proceso cultural decivilizatorio (y me refiero simplemente a la instrumental civilidad burguesa) del que fueron parte los regímenes marxistas en la Unión Soviética, y que pudimos descubrir apenas cayeron las “dictaduras del proletariado” que los apuntalaban. La cultura terrorista del leninismo, la cuartelaria del estalinismo y la carcelaria del post-estalinismo, impuestas artificialmente para mantener el orden en los espacios que no pueden llegar a incluir en la militarización social, dejaron un vacío todavía mayor que el de las sociedades burguesas que venían a reemplazar. Todavía más: como seguidores inconscientes de Rousseau, eliminaron los tabúes religiosos y tradicionales que aquellas sociedades burguesas no habían podido terminar de barrer. Con la caída del socialismo real, el resurgir de la mercantilización de la vida fue mucho más abrupto y rápido puesto que era lo único que quedaba como forma de cohesionador social de la vida económica en ausencia de la bestialidad estatal. Luego un Locke aparente fue ganándole el espacio a Hobbes (no sin ayuda de la hobbesiana policía rusa). El caos en Europa del Este pudo comenzar a volverse un orden espontáneo, cínico y mezquino, pero orden al fin. Un orden estéril y rudo, colgado de los finos hilos del intercambio y de las duras cadenas del miedo al castigo, que en un primer momento fue lo único que logró que todos no intentaran robarse mutuamente. Por eso un disciplinado militar ex agente de la KGB puso en orden el caos social ruso, y no sólo el caos político. Ya la legitimación del derecho en forma lockeana, validación patrimonialista de la vida, es la única amalgama social coherente en ausencia de una comunidad de nexos tradicionales. Pero, incluso cuando dicha amalgama es sólo el mercado, en ausencia de una cultura religiosa (sea esta funcional como la protestante o incluso disfuncional como la católica) los incentivos para esa legitimación de la propiedad son cada vez menos lockeanos y cada vez más hobbesianos (podermos olvidarnos de los kantianos: a otros con el cuentito del humanismo secular; y también podemos dejar de esperar a los incentivos neolockeanos de un amor anarcoliberal por un iusnaturalismo metaético). O sea: zanahoria o palo. En época de Lenin intentó ser “hombre nuevo” o palo. Con Stalin fue estajanovismo para producir y recibir zanahorias del Estado, o palo. Con los burócratas fueron zanahorias estatales por mantenerse en silencio aunque no se cultive ni una, o palo. Ahora las zanahorias se intercambian libremente, pero el palo sigue ahí, por si acaso.

[3] Rousseau es no sólo un colectivista proto-totalitario, sino además un redistribucionista proto-comunista; en realidad, es ambas cosas, porque intuía con razón que ambos elementos eran corolarios, sólo que lo ocultaba menos que Marx que sí lo sabía. En comparación con estos dos precursores del jacobinismo y del bolchevismo, Hegel era un liberal; en realidad era algo parecido a un socialdemócrata, y jamás planteó que el Estado debiera sacarnos de la vida civil regido por el mercado, sino que era algo superior al mercado mismo y que lo requería, y sólo a través de la elevación por sobre sus partes civiles, y no contra las mismas, es que el todo estatal subsistiría.

[4] Esta pesadilla orwelliana es la que fue defendida por un español colaboracionista del régimen norcoreano en un programa de televisión, tan tontamente criticada por liberales y conservadores allí mismo, y nada criticada o bien excusada por el único socialista que allí se encontraba, o sea, ni más ni menos que Pablo Iglesias, el camarada de Monedero, cuya única excusa para no criticar a Norcorea era su preocupación de ilegitimar a sus enemigos políticos de hacer cualquier crítica a Norcorea en nombre de que aquellos apoyarían dictaduras –igualación repugnante que, además de falsa, no tiene la menor importancia–, pero sin tomar entonces él la voz de la crítica que la izquierda debería hacer, pero que en realidad le importaba muy poco hacer: hacerla, de hecho, habría significado exigir la defensa de libertades negativas burguesas cuyo discurso núcleo no puede contradecir por más demagogia discursiva que haga, ya que requeriría apelar a la cosmovisión liberal en la cual los individuos son los sujetos en los que toma forma autónoma la consciencia, incluso si se concibe de clase, y por tanto la defensa de un orden social mercantil y capitalista de propiedad privada independiente que haga posible por lo menos la libertad de expresión para que sea posible cualquier legitimación democrática, y precisamente esto llevaría a Iglesias a contradecir las bases de la legitimación incluso del multipartidismo chavista en el cual hay opciones pero no libertad para expresarlas y comunicarlas; por otra parte implicaría afirmar que potenciales enemigos de clase puedan expresarse libremente, y que no se puede excluir al disidente de la clase que el régimen dice representar, etc. etc.

[5] Dicha clase no tiene posibilidad de amenazar el poder político si no es regenerándose antes a través de un Estado burgués, o sea, a posteriori del imperio de una ley que reestablezca sus bienes de acuerdo a criterios patrimoniales y derechos de propiedad. Esta cuestión fue perfectamente analizada por Hans Kelsen tanto en Socialismo y Estado como en La teoría comunista del derecho y del Estado

[6]
¿Resulta entonces que en la II República sí se utilizó a ejércitos irregulares para combatir la libertad política como parte de una dictadura del proletariado? ¿Esa es la concepción que tiene el representante de Podemosde democracia para España? ¿Una dictadura del proletariado al estilo marxista-leninista?

[7]
“Proceso”: no nos acostumbremos jamás, y sorprendámonos cada vez, de la dialéctica burocrática de las izquierdas.

[8]
Ésta tal vez sea la más aguda y adecuada de las críticas antiliberales a la sociedad de mercado, pero no tiene que ver con la cuestión tratada en el presente.

[9]
La Revolución Americana es un caso paradigmático, en el cual los cuerpos sociales intermedios en tanto y en cuanto no violaran los derechos burgueses, incluso eran protegidos como un baluarte frente a la tabula rasa social de la Revolución Francesa (en particular durante el régimen antiliberal del Terror).

[10]
Monedero ciertamente no escucha a la ciudadanía organizada cuando aprueba que el régimen con el que colabora acuse a cientos de miles de manifestantes en las calles venezolanas, de “fascistas” para así “justificar” (porque parece que lo hace) represiones sanguinarias. Todavía más, estos manifestantes son criminalizados junto con casi el 49% de los votantes según las propias elecciones fraudulentes del régimen bolivariano. A este supuesto “49%”, como mínimo, ciertamente no escucha salvo para atacarlos a su vez. Sólo por razones políticas y tácticas Atilio Borón se arrepentía en una entrevista de esta criminalización en masa. O sea: mejor mostrar los dientes cuando la presa no tenga los suyos.

[11]
Totalitarismo, en pocas palabras. Manipulación coercitiva y consciente de la “superestructura cultural” junto con la totalidad de la vida civil. Hayek advertía que la total planificación de las cosas llevaría a, o posibilitaría, la total planificación de las vidas y las mentes. Totalmente innecesario: los gramscianos  afirman que el socialismo busca precisamente eso, con la salvedad de que ellos se dieron cuenta de que hay que empezar por el final.







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